En España nos gusta ir de graciosillos, no lo podemos evitar. Ante cualquier incidente, echamos nuestro ingenio al vuelo y hala, a tuitear como locos el chascarrillo más ocurrente.
Las últimas semanas han resultado de lo más provechosas. Jamás un elefante había dado tanto juego ni el peronismo lentamente letal de la señora de Kirchner habría protagonizado tantos tuits si no llega a ser por la fechoría cometida a plena luz del día ante la estupefacta mirada del mundo civilizado.
A Evo Morales, ansioso de cámara y flashes, le llegó el turno hace apenas un par de días. Pero lo cierto es que el asunto, muy lejos de tener ninguna gracia, es realmente inquietante. Y no por el hecho en cuestión, ya de por sí preocupante, sino por lo que ello en el fondo entraña.
Veamos. Los gestos de amistad del pasado con representantes del populismo más acérrimo y dañino, así como las políticas de alianzas con determinados dirigentes de países de Iberoamérica, tremendamente alejados de una visión democrática de la sociedad, en lugar de haber procedido a reforzar los vínculos con nuestros hermanos latinoamericanos que sí procuraban creer en un sistema democrático y en el funcionamiento de un Estado de derecho, llevaban consigo unos riesgos no sé si calculados, precisamente.
Como el hecho de no haber sellado una seria política de alianza con los Estados Unidos, algo que tarde o temprano se acaba lamentando.
Pero centrémonos en este preciso momento. Y hagámoslo pensando en la necesidad urgente de que los organismos e instituciones internacionales, como la UE, la ONU, los G8 y G20, el FMI o el Banco Mundial adopten posiciones mucho más firmes y sólidas en la defensa de un orden jurídico internacional. Porque hay comportamientos que no deberían tolerarse desde según qué organizaciones. Por tratarse, simplemente, de verdaderos atropellos.
Y sí, ya sabemos que no se trata de una primera vez ni tampoco de la última, también sabemos que ese riesgo se corría desde el primer momento y compensaba asumirlo. Y también sabemos que las tasas de retorno tienen que ser elevadas para que el riesgo de la inversión esté justificado.
Pero lo que queda realmente claro es que este tipo de actuaciones por parte de gobiernos poco serios, como la reciente nacionalización de la filial de Red Eléctrica en Bolivia, no sólo van a tener un impacto negativo sobre sus propias economías, sino que el impacto se produce sobre el crecimiento económico internacional. Y poca broma.
En España, si me permiten, nos encontramos ante un reto de los representantes de todas las formaciones políticas que tienen ante sí la oportunidad de abandonar por unos minutillos el cortoplacismo habitual y navegar en el mismo barco, apoyando sin ambages las decisiones que el Gobierno deba adoptar en defensa de nuestros intereses mucho mas allá de nuestras fronteras. Pero pensando, sobre todo, en las futuras generaciones. Lo que más esfuerzo supone defender en cada contienda.
Y por supuesto, al margen de los 140 caracteres tuiteros que buscan su día de gloria pero que no contribuyen un ápice a que España pueda ir asomando la cabecita con rotundidad. Luego, si eso, ya comentaremos el chistecillo de turno. Algunos, por cierto, con verdadera poca gracia. Todo hay que decirlo.