La reprobación que ha suscitado el viaje del Rey a Botsuana guarda poca relación con la moral de tiempos de guerra que impone la crisis y mucha con la moral de almíbar de Disney. Por eso, me temo, no servirá su arrepentimiento. Es verdad que esa vacación se ha puesto en la picota por el agravio que representa "con la que está cayendo" y otros motivos de más relevancia. Pero lo que no se perdona es que fuera a matar elefantes. Y no al elefante que ven los lugareños, el que les daña las cosechas y las reservas de agua, y al que se cargan por ello con frecuencia; sino al elefante que vemos en nuestro imaginario, el paquidermo adorable, de crías encantadoras, amigo de los humanos y él mismo humanizado, que apreciamos por las películas, los tebeos, el circo y el zoológico.
Ha causado tremenda consternación que el rey se dedique a la caza del elefante y le he leído a una columnista que es un animal maravilloso. Todos los son, querida, pero a muchos se les caza y no se rechista. Y una, que siempre ha tenido prevención contra esa actividad, aunque no mandaría a la hoguera a los cazadores, detecta en esta oleada emotiva discriminación y fariseísmo. Si el jefe del Estado hubiera liquidado a un par de cocodrilos, no se habría puesto a llorar tanta gente adulta. Una foto suya con el cadáver de una boa constrictor no hubiera movido a Gómez a pedir la abdicación. Ningún periodista mayor de edad le escribiría una misiva al Rey en nombre de una serpiente, pero hay uno que le dirige una carta firmando como un paquidermo. El elefante, ay, toca la fibra Disney.
Cómo no pensar en el gracioso Dumbo, inspirado en el legendario Jumbo, que deleitó al público hasta que lo atropelló una locomotora. También murió el maquinista, pero la estatua que erigieron en Ontario, lugar del trágico accidente, fue en honor del animalito. Dumbo y todos sus colegas de Hollywood son nuestros elefantes. Proyectamos nuestro afecto por ellos en los auténticos, a los que no conocemos. Esos están amenazados por las mafias, no por la caza controlada, pero poco importa para el caso. Lo que subleva es que el Rey ignore tales sentimientos y se divierta matando a tiros a nuestros peluches. Porque dispara contra nuestra infancia, la perpetua infancia. El pobre Mitrofán y ahora, esto. Pero, ¿en qué mundo vive? Desde luego, no en el de este tiempo y mucho menos en el universo sentimental de un país que, por dos veces, dos, eligió a Bambi.