Sigue el misterio del número 7. Juan J. Carballal me indica que basta recordar las enseñanzas del catecismo para corroborar la centralidad de ese número: siete son los sacramentos, los pecados capitales y las virtudes correspondientes. Tirando del hilo, don Juan J. compone una lista más completa: “las siete plagas de Egipto, los siete círculos del Infierno de
Es fácil concluir que la palabra de nuestro número siete se deriva del latín “septem”. Es evidente que en todos los idiomas romances esa voz es muy parecida. Pero lo más curioso es que en idiomas muy alejados del latín se obtienen voces muy semejantes para el número 7. Por ejemplo, “sapta” en sánscrito, “sipta” en hitita, “hepta” en griego, “seven” en inglés, “sieben” en alemán, “siedem” en polaco, “septyni” en lituano, “zazpi” en vascuence. Esa misteriosa <s> inicial quizá provenga de una voz natural relacionada con la acción de silbar, el arrastrase de la serpiente, chupar o sorber el alimento. Yo ahí ya me pierdo. Espero que alguien más experto que yo (no es difícil) nos aclare el misterio del número siete.
Nota rectificatoria: Alberto Torrijos me dice que lo publicado por mí sobre su correo en torno al derroche de los dineros públicos “es una burrada”. Hombre, no; será un error por mi parte, pero sin ánimo de tergiversar ni de rebuznar. Aclaro para la posteridad que la idea de don Alberto es que el disparate del aeropuerto de Ciudad Real es 14 veces mayor que el de Castellón. Él lo estima así dividiendo el coste de cada obra por la población de la respectiva provincia. Bueno, lo más claro es que los dispendios de ambos aeropuertos son dos disparates. Añado que lo que habría que estimar es qué parte del presupuesto de esas obras ha sido dinero público. Ahí está el detalle, que diría Cantinflas.