El 2 de abril de 1982, una fuerza aeronaval argentina desembarcó infantería de Marina en las islas Malvinas, cuya capital, Port Stanley, se encuentra a 787 kilómetros de Río Gallegos, la ciudad de los Kirchner. Los británicos ocuparon estas islas en 1833 y expulsaron a unas docenas de argentinos asentados allí. Desde entonces, los Gobiernos argentinos reclamaban la soberanía; en los colegios del país se enseñaba a los niños que las Malvinas eran parte del territorio nacional y estaban usurpadas por unos invasores.
Desde marzo de 1976, gobernaba Argentina un régimen militar denominado Proceso de Reorganización Nacional, cuyos objetivos eran acabar con los grupos terroristas de extrema izquierda y la crisis económica. En 1982, este régimen había fracasado: el empobrecimiento de los argentinos proseguía, la inflación rondaba el 100% anual y la guerra contra los subversivos había causado miles de muertos, muchos de ellos inocentes. La junta, dirigida entonces por el general Leopoldo Galtieri, aprobó una operación militar contra las Malvinas, las Georgias del Sur y las Sándwich del Sur.
El Gobierno británico, presidido por la conservadora Margaret Thatcher, preparó una fuerza aeronaval para recuperar los archipiélagos. Ante el fracaso de las negociaciones diplomáticas, que implicaron a la ONU, a Estados Unidos y al Vaticano, en mayo se entablaron combates aeronavales y, luego, terrestres. El 14 de junio, el gobernador argentino, general Benjamín Menéndez, se rindió.
Las consecuencias para la dictadura fueron catastróficas. El generalato había recurrido a la invasión sin apenas preparación militar, psicológica y diplomática. El país estaba aislado debido a su política represiva y expansionista. Por ejemplo, la junta militar de Chile, país que estuvo a punto de ser atacado por Argentina debido a una disputa por el canal de Beagle, cooperó con los británicos.
La ola de entusiasmo patriotero que causó la ocupación (Néstor Kirchner mostró su apoyo a las autoridades militares de la provincia de Santa Cruz) se volvió en contra de la Junta. Los militares habían establecido la censura más absoluta, con la colaboración de los propietarios de los medios, de modo que los argentinos creían que iban ganando, hasta la víspera de la rendición. El régimen cayó y una nueva junta negoció con los políticos civiles la restauración de la democracia.
La guerra de las Malvinas, en la que murieron unos 650 argentinos y 250 británicos, tuvo consecuencias positivas. Los militares argentinos perdieron todo su prestigio, que no era pequeño comparado con los partidos, y no han vuelto a intervenir en la política. La caída de la Junta inició el derrumbe de otras dictaduras militares de Sudamérica. Y la victoria de un ejército profesional sobre otro basado en el servicio militar obligatorio persuadió a los ejércitos de la OTAN para cambiar su modelo de reclutamiento.
Hace unos meses, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner lanzó una campaña nacional e internacional para reclamar la soberanía de las Malvinas. Aunque ésta es pacífica, se están produciendo manifestaciones con quemas de banderas británicas por parte de piqueteros y hasta de las Madres de la Plaza de Mayo. Los hay que no aprenden de los hechos, pese a que los hayan vivido, y uno de esos hechos es que sin la victoria británica, la democracia habría regresado a Argentina muchos años más tarde.