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EDITORIAL

El Papa por una Cuba "abierta y renovada"

La visita de Benedicto XVI a Cuba ha despertado recelos tanto en sectores de la Iglesia y de la disidencia política cubana, como entre los sectores más inmovilistas y estalinistas de la tiranía castrista

La visita de Benedicto XVI a Cuba ha despertado recelos tanto en sectores de la Iglesia y de la disidencia política cubana, como entre los sectores más inmovilistas y estalinistas de la tiranía castrista. A los primeros les preocupa, en parte con fundamento, que la presencia del Santo Padre sirva únicamente para maquillar la dictadura y que esta pueda ofrecer una falsa imagen de apertura y de tolerancia. Los segundos temen, por el contrario, que esa ridícula rendija abierta a la libertad, aunque sea en el estricto ámbito religioso, pueda ser a la larga un germen corrosivo para la continuidad del régimen.

Aunque pueda resultar paradójico, ambos sectores antagónicos pueden tener razones para considerar contraproducente la visita del Papa. Los primeros pueden lamentar que, por preparar la visita y ganarse la confianza del régimen, haya quien llegue al bochornoso extremo "diplomático" de negar la existencia de presos políticos en la isla, tal y como ha llegado a afirmar en una lamentable entrevista el arzobispo de San Cristóbal de La Habana, Jaime Lucas Ortega y Alamino. También los amantes de la libertad pueden lamentar que, en pro de unas buenas relaciones entre las Iglesia y un régimen oficialmente ateo hasta hace nada, las autoridades eclesiásticas hayan cedido a pedir el desalojo de una iglesia en la que se habían refugiado las Damas de Blanco y otros disidentes que solicitaban "un minuto" con el Papa.

No menos cierto es, sin embargo, que la espera de Benedicto XVI ha animado esas protestas y ha captado la atención mediática sobre las redadas y detenciones que las han sofocado, cosa que también ha ocurrido con la detención de un ciudadano que ha sido brutalmente detenido durante la misa ofrecida por el Santo Padre por el mero "delito" de gritar "Abajo el comunismo".

Aunque no se haya producido ninguna entrevista del Papa con los disidentes cubanos, su no celebración también evidencia el carácter represivo de la dictadura. Además, aunque hubiese sido deseable una mayor presión sobre el régimen, el Papa no ha olvidado, aunque sea entrelíneas, pedir en la homilía por los presos, instar a los cubanos a "luchar, con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, para construir una sociedad abierta y renovada". Así mismo pudimos ver una clara referencia al numeroso y vilipendiado exilio cubano en las palabras que el Papa pronunció ante Raúl Castro: "Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, dondequiera que se encuentren, sus sufrimientos y alegrías, sus preocupaciones y anhelos más nobles".

No hay que olvidar, por otra parte, que el Papa es un guía espiritual, no un líder social o dirigente político. Su misión es divulgar la fe y predicar el cristianismo, y aunque todos desearíamos que la visita del Papa a Cuba tuviera los mismos beneficiosos efectos políticos que los que tuvo la de Juan Pablo II a Polonia en 1979, ni Benedicto XVI tiene el carisma de su antecesor, ni tampoco visita su tierra natal. Esperemos, en cualquier caso, que esta visita papal sirva de consuelo a los que padecen la dictadura y contribuya, al mismo tiempo, a abrir el paso a una sociedad abierta y renovada.

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