Ni los políticamente correctos cien primeros días de gobierno le han permitido los votantes al Partido Popular. El varapalo recibido en Andalucía, pero también en Asturias, la derrota-victoria cosechada el pasado domingo, supone un importante frenazo en la arriólica y arenera estrategia impulsada por Génova 13 desde que Rajoy volviera de México tras perder frente al PSOE en 2008. Ya no cuela lo del centrismo made in Oyarzábal, que ha llevado al PP a perder un tercio de los votos que aguerridamente cosechaba antaño en el País Vasco, a perderlo casi todo en Asturias y a la fuga de otros 160.000 en Andalucía respecto a las autonómicas de 2008. Si son incapaces de cambiar de estrategia y de formas, es posible que se repita el castigo electoral en las elecciones gallegas. El argumento de "que vienen los inútiles del PSOE" ya no es suficiente.
Dicen desde la izquierda, que no está tan tranquila como aparenta, que el fracaso ha sido consecuencia de las reformas emprendidas por Mariano Rajoy. Sí y no. La debacle del PP comenzó en realidad mucho antes de las generales de 2012, en que sólo consiguió subir unos míseros 600.000 votos, pese a la que estaba cayendo. La cuarta derrota de Javier Arenas -que se vaya ya- comenzó a fraguarse cuando los votantes populares empezaron a otear la rendición ideológica de su formación política ante el consenso socialdemócrata entre la derecha y la izquierda. El día en que José Antonio Ortega Lara abandonó la formación de centro-derecha. El día en que intuyeron que el PP, con sus diecisiete baroncitos, dejaba de ser un partido político, para transformarse en una burocracia tan apegada al consenso y tan desapegado de la realidad como el PSOE, pero con menos garra.
Aún así, no fueron pocos los que consideraron que había que votar a Rajoy en 2012. Se imponía el voto útil, la expulsión al averno del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. Empero, la decepción, el chasco, la desilusión y, sobre todo, la pérdida de credibilidad no tardaron en llegar. En realidad, en volver, el día en que Mariano Rajoy decidió borrar de un plumazo aquello de que se pueden bajar impuestos y recaudar más y que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del ciudadano. El día de la subida del IRPF. Y los siguientes días en que se multiplicaron en los medios de comunicación las apariciones de ministros populares, tan liberales ellos, soltando pamplinas socialdemócratas con las que pretendían justificar ante sus votantes el saqueo del bolsillo de las clases medias. Seguirían un rosario de errores, por no decir disparates, que sin duda han tenido un importante impacto psicológico entre sus huestes. A saber: la inexplicable actitud popular en relación con RTVE, que sigue tomada por el comando progre; el nombramiento de familiares y amiguetes, lo que exacerba el justificado resentimiento patrio; el desistimiento a anunciar una verdadera reforma educativa y el absurdo cambio de nombre a Educación para la Ciudadanía; las medallitas concedidas a quienes formaron parte del gobierno que sumió a España en la crisis más profunda de su historia reciente; la defensa del PER; el mantener las subvenciones a sindicatos, partidos y titiriteros; el silencio ante la rebeldía nacionalista, el indulto de corruptos al tiempo que se anuncian leyes de transparencia; el no querer molestar a la izquierda disfrazado de "no queremos crispar".
En definitiva, hacer cosas de manera que no cambie nada, renunciando a la política. Han logrado que sean muchos quienes comiencen a percibir el engañabobos del sistema y a considerar eso de que los unos y los otros "son lo mismo". A considerar que lo del domingo no eran elecciones políticas sino administrativas entre los consensuados; sencillamente, que lo único en juego era el cambio en el puesto de mando pero no el cambio de política.
Va a resultar que los votantes del PP quieren políticos, no gestores; quieren política y no un secretariado formado por burócratas más o menos insignes. Si en Génova 13 no se dan cuentan les esperan tiempos muy duros. Lo peor es que también a nosotros.