Es lógico que el PSOE, IU y los sindicatos traten de hacernos creer que los supuestos recortes y reformas emprendidos por el gobierno de Rajoy han pasado factura al PP en Andalucía. Si esto fuera así, los partidos de izquierda, que han criticado por excesivo el tímido recorte del gasto público o la reforma laboral del gobierno popular, se habrían visto respaldados por cientos de miles de votantes andaluces que, en las generales, votaron por el PP. Nada de esto, sin embargo, ha pasado ahora. De hecho, el PSOE encabezado por Griñán ha sacado menos votos que los que obtuvo Rubalcaba en Andalucía, donde PSOE e IU siguen sumando prácticamente el mismo número de votos que los que sumaron en las Generales, cuya extrapolación a las andaluzas hubiera dado ahora una amplísima mayoría absoluta al PP.
Lo que ha ocurrido es que nada menos que 400.000 andaluces, que votaron al PP hace cuatro meses, sencillamente, se han quedado en casa; por lo que, si hubiera que culpar a alguna política económica del Gobierno de los decepcionantes resultados obtenidos por el PP en esa comunidad, no podría ser otra que la traicionera e inesperada decisión de Rajoy de subir los impuestos, o por una dejación de los principios y reformas que supuestamente enarbola la derecha en el gobierno.
Creo que el malestar causado por la relajación en los propios principios -y muy particularmente, esta traicionera y demencial subida de impuestos- es mucho mayor que el que reflejan los medios que dan la razón al PP –haga lo que haga-, o los medios de izquierda, que lo ven ideológicamente con buenos ojos. Con todo, no voy a hacer de esa decepción entre el electorado del PP la culpable en exclusiva de esa fatal abstención que ha impedido Arenas obtener la mayoría absoluta. El exceso de confianza ha sido también fatalmente decisivo, ayudado con un perfil bajo que, esta vez, ha resultado somnoliento. El vergonzoso sectarismo que impera en Canal Sur a favor del PSOE, esgrimido por Arenas para no participar en el debate, aunque cierto, ha sido en realidad una excusa para esa táctica arriolana de no hacer nada, ni asumir riesgo alguno, mientras las encuestas te sitúan por delante.
Ha sobrado confianza en la victoria, aunque fuera para que Arenas hablara de los cajones vacíos o llenos de facturas sin pagar que se iba a encontrar; y ha faltado dramatismo a la hora de explicar que Andalucía corría el riesgo de quedar anclada en el inmovilismo si no se movilizaban todos los votos que, en esa misma comunidad, pidieron un cambio en las generales a favor del PP hace escasos cuatro meses. El problema está en que Rajoy, que no es ajeno a todos esos errores en Andalucía, tampoco ha hecho visible ese cambio a nivel nacional. Y de que ese cambio no haya sido visible no han tenido la culpa las elecciones andaluzas como tampoco la tendrán en el futuro.
Naturalmente no quiero decir que una Andalucia gobernada por PSOE-IU no vaya a dificultar las profundas y numerosas reformas que requiere España. Pero no nos engañemos: Si de verdad hubiera voluntad por parte de Rajoy de recortar drásticamente el gasto público y de llevar a cabo las profundas reformas que, en tantos ámbitos, requiere España, nada se lo tiene por qué impedir. Rajoy tiene poder de sobra para ello. El problema es que le sobren también los complejos a la hora llevar a la práctica lo que hasta ahora sólo defiende de palabra.
Y es que ya podría Arenas haber obtenido los mismos buenos resultados que, por ejemplo, obtuvo Camps en la Comunidad Valenciana, que sin una auténtica, ambiciosa y decidida voluntad de reformas tampoco habría nada que hacer.