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José García Domínguez

¡Vivan las 'caenas'!

Una asfixia, la de la Andalucía moderna, urbana y emprendedora, solo posible merced al entramado caciquil muñido en el agro durante tres décadas. Pero ni en Corea del Norte ni en Sevilla ha llegado todavía el instante de poner un pie en el siglo XXI

 

Hoy, se ha avanzado una hora en todos los relojes de España. Incluida la Bética, donde tendrían que haberse adelantado treinta años si no fuera por el “¡Vivan las caenas!” del pueblo soberano. Y es que, mucho más que a la prosaica liturgia de la alternancia política, Andalucía estaba llamada a un acto de higiene cívica, de genuina profilaxis institucional.  Empeño acaso aventurado en una comunidad donde el diecisiete por ciento del censo bosteza en el escalafón  del funcionariado autonómico. A estas horas, bien podríamos estar glosando la caída del último reducto del maoísmo en Occidente. A fin de cuentas, tanto el Gran Timonel Griñán como sus ancestros han asentado su poder omnímodo en el cerco de las ciudades por el campo. Una asfixia, la de la Andalucía moderna, urbana y emprendedora, solo posible merced al entramado caciquil muñido en el agro durante más de tres décadas. Pero ni en Corea del Norte ni en el Palacio de San Telmo ha llegado todavía el instante procesal de poner un pie en el siglo XXI

Andalucía, una Sicilia sin luparas pero con padrinos en cada capital de comarca cuya perentoria desinfección sanitaria habrá de esperar otros cuatro años más. En puridad, quien nunca acaba de morder el polvo al sur de Despeñaperros  no es algo más o menos emparentado con la socialdemocracia, sino la vieja España sórdida de los lienzos de Gutiérrez Solana. Un paisaje humano carcomido por la desidia de una Administración parasitaria, el fatalismo del pueblo y la desesperanzada de los mejores. Se cierra así un ciclo que empezó en la novena provincia con el desahucio del tripartito. El que ha llevado a la derecha democrática a la mayor borrachera de poder de toda su historia. Con apenas ese punto negro en Sevilla, quizá para recordarle a Rajoy que también él es mortal. Un Rajoy que ya tiene como primer rival a la desafección en las urnas.

Igual en Andalucía que en Asturias, la abstención es indicio de un malestar muy de fondo. La crisis. Caldo fácil de todas las demagogias, comienza a cuajar un cierto poujadismo en el ambiente. Un descrédito populista de los políticos que, más pronto que tarde, podría abrir las puertas a algún sucedáneo doméstico de Le Pen. El desastre económico, por mucho que repitan lo contrario, no se gestó en la política, pero podría llevarse a la política por delante. Y la deserción en estas elecciones es otro síntoma que conviene no ignorar. En cuanto a lo de Asturias, parece que los casquistas van a tener que entenderse con Cascos. En fin, como dijo el Caudillo cuando aquello: no hay mal que por bien no venga.

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