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Gina Montaner

Un minuto nada más

Se trata de la segunda vez que un Papa se asoma a esa isla secuestrada por la dinastía castrista. Hace catorce años lo hizo Juan Pablo II y, a diferencia del poder liberalizador que ejerció en Polonia, en Cuba no se reunió con los disidentes

El Papa Benedicto XVI llegará el próximo lunes a Cuba, después de visitar México. El objetivo principal de su gira es mejorar la imagen del catolicismo en medio de una crisis de fe entre creyentes que se pasan a otras religiones y que sienten una profunda desilusión por los numerosos escándalos de pederastia que hasta hace muy poco la Iglesia ocultaba. Lo cierto es que cada vez hay menos sacerdotes y monjas y que, como ocurre en la isla caribeña y en la nación azteca, la santería y las congregaciones cristianas protestantes parecen atraer más adeptos.

Está claro que al Papa, en calidad de representante de Dios en la Tierra, le toca hacer de relaciones públicas de una institución a la que cada vez le cuesta más resultar atractiva entre nuevas generaciones a las que les parece razonable usar contraceptivos o aceptar las diferentes preferencias sexuales de sus congéneres.
 
Bien, es comprensible que el pontífice haga lo que le corresponde a cualquier representante de una empresa en apuros: librar la batalla del marketing. Y, desde luego, el Vaticano, que tiene bancos e intereses en la Bolsa, cuenta con siglos de experiencia a la hora de diseminar su doctrina.
 
Sin embargo, cabría esperar de su Santidad algo más que una voluntad corporativista. Por ejemplo, las víctimas de la violencia en México, que es el mal más extendido y que más muertes genera  en el país, pidieron una audiencia papal. No es que Benedicto XVI tenga la capacidad de acabar de una vez con los feminicidios en Ciudad Juárez o los crímenes que cometen los carteles de la droga. Pero, de acuerdo al Nuevo Testamento, una palabra suya bastaría para sanar el dolor de los que han perdido a un ser querido en el fuego cruzado entre el gobierno y los narcos.
 
En cuanto a los cubanos, desde 1989 se trata de la segunda vez que un Papa se asoma a esa isla secuestrada por la dinastía castrista. Hace catorce años lo hizo Juan Pablo II y, a diferencia del  poder liberalizador que ejerció en su país natal, Polonia, en Cuba no se reunió con los disidentes, limitándose a lanzar una proclama genérica: Que Cuba se abriera al mundo y que el mundo se abriera a Cuba. Ahora viaja su sucesor a una tierra que continúa siendo un campo de concentración.
 
La alta jerarquía de la Iglesia cubana se ha encargado de aclarar que la agenda pastoral del Papa no incluye recibir a la oposición democrática, a pesar de que las pacíficas y devotas Damas de Blanco han pedido que por los menos les dedique un minuto de su tiempo. Desde la instauración de la dictadura castrista, la estrategia de la curia en Cuba ha sido la del compromiso y la negociación con el régimen. Una postura opuesta a la de los sacerdotes que en la lucha contra Batista se alzaron en la Sierra Maestra junto a los revolucionarios que prometieron reestablecer una república democrática.
 
Hoy en día, la consigna del arzobispo Jaime Ortega es la de no contrariar al gobierno y se ha notado en las semanas previas a la visita de Ratzinger. A diferencia de otros lugares en Latinoamérica e incluso en Estados Unidos, donde los templos católicos han servido de santuarios a víctimas de persecuciones políticas o de acoso migratorio, en Cuba los activistas que se han encerrado en las iglesias para protestar por la violación a los derechos humanos, han sido desalojados por la policía política con la mediación eclesiástica. 
 
Si alguna vez la Iglesia estuvo cerca de la causa de pueblos azotados por la violencia y la opresión, queda poco de esa piedra angular que fundó San Pedro. Sus estrategias pueden llegar a confundirse con las de un gran holding que busca desesperadamente clientes, pero sin el pulso de movimiento de base que toca la fibra de los más desesperados de la Tierra. Esos hijos de los que Dios parece haberse olvidado.
 
Si unas mujeres indefensas y piadosas le piden un minuto al Papa y éste no se los concede, es que algo falla en la Casa del Señor. No me extraña que las ovejas huyan de su pastor.
 
La Sra. Montaner es escritora y periodista. Autora de la novela La mala fama (Plaza y Janés, 2010). Columnista de El Mundo y El Nuevo Herald. Miembro del panel de Opinión de Libertad Digital. Sígala en Twitter: @ginamontaner

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