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EDITORIAL

Lecciones de Toulouse

La edad de Merah y su condición de nativo francés sugieren, al igual que en los atentados del 7-J en Londres, que hay una joven generación de yihadistas nacidos y criados en Europa, que está siendo reclutada y entrenada por Al Qaeda

Capturado y eliminado.  Así termina para Mohamed Merah su guerra santa contra los infieles. El asedio policial duró más de 30 horas y el asalto final fue respondido a tiros, lo que indica la determinación del terrorista para hacer el mayor daño posible. Dos agentes de élite resultaron heridos. Un disparo en la cabeza acabó con el asesino que quiso "poner de rodillas" a Francia, el gélido, fanático y despiadado verdugo de tres soldados y de otras tres personas (dos niños y un adulto) en un colegio judío de Toulouse. Fin de la historia para esta brutal alimaña y comienzo de otra historia, la de las enseñanzas que Francia y Europa deben sacar de este nuevo episodio de terrorismo islamista.

La edad de Merah, 23, y su condición de nativo francés, de ascendencia argelina, parecen confirmar, al igual que en los atentados del 7-J en el Metro de Londres, que hay una joven generación de yihadistas nacidos y criados en Europa, que están siendo reclutados por Al Qaeda. No son inmigrantes, son franceses, ingleses, alemanes o españoles que abrazan el islamismo fanático y actúan con una brutalidad instruida en los campos de entrenamiento que la red terrorista global posee en Afganistán y Pakistán. 

El segundo aspecto relevante a tener en cuenta es el individualismo con el que ha actuado Mohamed Merah. No es un lobo solitario, lo que requeriría que actuase de manera aislada, sin una organización que le diese cobertura. Es un yihadista conectado a una trama global, pero único en su célula, a falta de más datos que habrá de arrojar la investigación policial. Algunos observadores lo interpretan como un signo de debilidad de Al Qaeda. La organización necesitaría recurrir a asesinos jóvenes si más cobertura local que la casa de sus padres. Puede ser. O también puede ser que, en la lógica de los terroristas, una célula unipersonal y nativa sea más discreta y, por tanto, eficaz. ¿Cuántos terroristas como Merah, europeos nativos, jóvenes de nuestras ciudades, estarán siendo incubados en los campos de entrenamiento de Al Qaeda o cortejados en las mezquitas y las madrassas de Occidente? 

Los Estados deben adaptarse lo antes posible a esta nueva realidad del terrorismo islamista practicado por jóvenes europeos. Es una realidad descorazonadora, pero cuanto antes se asuma, antes se podrá responder de manera eficaz a esta amenaza.

Una tercera lección es la ejemplar respuesta del Estado frances a los atentados de las últimas semanas. La Policía ha actuado con una diligencia encomiable: se comprobaron, desde el lunes, más de tres millones de llamadas telefónicas y se rastreó meticulosamente la huella digital del asesino hasta dar con su guarida. El presidente de la República, Nicolás Sarkozy, ha liderado una respuesta unitaria de una clase política que se encuentra en plena carrera hacia las Elecciones presidenciales de este año.

Esa respuesta ha incluido dos mensajes fundamentales: el primero, que no hay diálogo ni concesión posible a los terroristas. Se les persigue y se les elimina. Punto. El segundo, que ésta es una guerra contra el terrorismo, no contra la comunidad musulmana, que en Francia es particularmente significativa.

En el pasivo de la respuesta a los ataques yihadistas hay que anotar esa peregrina idea del presidente Sarkozy de promover una reforma legislativa para perseguir a quienes visiten sitios web que promueven el terrorismo. Se equivoca de enemigo el señor Sarkozy. La lucha contra el terrorismo no debería hacerse a costa de algunas libertades básicas.

Otro aspecto deplorable ha sido el desconcierto de la Prensa francesa, mayoritariamente progresista, al conocerse que el asesino era un islamista fanático y no un neonazi, como presumieron en un primer momento, después del ataque a la escuela judía. Se habían preparado para culpar a la derecha y se encontraron con que la realidad volvía a chocarles en la cara. Pero esto no es ninguna novedad en una Europa cobarde y negacionista de la amenaza que supone la expansión del integrismo islamista en su propio hogar.

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