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Que no nos hagan perder la libertad

Los gobernantes no deben caer en la tentación de proponer medidas antiterroristas que sobrepasan los límites democráticos. El peor modo de combatir a los enemigos de la libertad es destruyéndola nosotros mismos

berdonio dijo el día 24 de Marzo de 2012 a las 17:35:

Cierto. Es un disparate intolerable y una aberración miope negar la libertad so pretexto de defenderla. Creo que el problema parte de no saber acotar espacios y hacerse un lío extralimitándonos alocadamente en el terreno que no deberíamos al tiempo que nos acogotamos en otros por mor de estúpidas correcciones políticas o dogmas sacralizados.

Lo esencial de la democracia liberal es la importancia que otorga a los medios utilizados respecto a los fines. “Aplastar a los enemigos sin que importen los medios utilizados" describe una situación de histeria total inaceptable para un liberal… y para cualquiera por muy embrutecido que esté: siempre existirá un límite infranqueable hasta para el peor socialista.

Creo que se es liberal en la medida que se acierta en la acotación de responsabilidades y ámbitos de legítima actuación y socialista en tanto que se confunden. Al agresor –bien concreto, demostrado, individualizado y restricto-, hay que anularlo utilizando medios tasados y proporcionales; en especial, los posibles efectos colaterales han de ser ponderados y limitados al máximo. No se puede tratar de implementar medidas de guerra contra intangibles, contra ideas o entidades abstractas -como el socialismo, el racismo o el terrorismo- , por deleznables y perversas que parezcan; ni siquiera contra colectivos donde la responsabilidad individual sea vaga y difusa.

Y, por pura eficacia, jamás se pueden supeditar los principios a la eficacia. La paradoja se entiende bien cuando nos percatamos de que los valores son la decantación evolutiva de las mejores estrategias por oposición a la eficacia táctica o cortoplacista. Ser un combatiente caballeroso es a la larga mucho más eficaz que no conocer ni a la madre que nos parió.

En definitiva, no hay mejor refutación de las sociedades abiertas que demostrar que deben traicionarse a sí mismas para defenderse. No es verdad.