La superstición de la austeridad que Merkel ha convertido en dogma de fe continental recuerda un vieja pintada de cuando el desencanto, allá a finales de los setenta. En un callejón de la Barcelona más nihilista podía leerse: “La droga nos mata lentamente. Da igual: no tenemos prisa”. Así, Berlín, siempre tan generoso, nos ofrece dos opciones: suicidarnos antes del treinta y uno de diciembre o hacerlo el año que viene. Una simple cuestión de tiempo. Apenas eso. Portugal y Grecia, dos alumnos aventajados en la aplicación de la doctrina canónica, marcan el camino. Tras aplicarse sin rechistar la estricta dieta que se les prescribió en Bruselas, los portugueses ya disfrutan de los primeros resultados de la terapia: el PIB luso, de por sí raquítico, a estas horas se contrae a tasas del tres por ciento.
El de Grecia, en abierta caída libre, se desploma en más del siete. Como en el caso célebre del burro que se murió de hambre después de aprender a no comer, la medicina de la austeridad mide su éxito por los cadáveres macroeconómicos que va dejando en el camino. Y ahora nos toca el turno a nosotros. Achicar el desfase de las cuentas estatales en algo más 50.000 millones de una sentada, lo que se le ha ordenado a Rajoy, es posible. Claro que es posible. Tan posible como inútil para resucitar el crecimiento. A efectos de hacienda pública, prosaica contabilidad a fin de cuentas, lo único imposible es dibujar círculos cuadrados.
Sin subir los impuestos ni mutilar al tiempo las grandes partidas del gasto – sanidad, educación, pensiones , nóminas de los funcionarios –, las buenas palabras del Gobierno suenan a música celestial. Y a menos que alguna alma cándida del Ejecutivo se crea esa versión posmoderna del cuento de la lechera que responde por curva de Laffer, no habrá alternativa. Por impopular que se antoje, deberán incrementar, y cuanto antes, los tributos. Una rifa en la que el Impuesto de Sociedades acapara todos los números. Y es que, mientras que las exportaciones no paguen IVA, apelar a los indirectos carecería de eficacia recaudatoria. Como discípulos aplicados, vamos a tomarnos la cicuta. Cierto es que todavía no alcanzaremos el tres por ciento en 2012. Pero da igual: no tenemos prisa.