Sí, por supuesto, los presidentes no tienen ningún control directo sobre los precios de la gasolina. Pero el pueblo estadounidense sabe un poquito de este presidente y de su desprecio hacia el crudo. "El combustible del pasado", como lo llama con desprecio. Para el obrero estadounidense que no se traslada con escolta y que semanalmente es sableado en la gasolinera, el crudo parece ser el combustible del presente de forma muy patente -y del futuro próximo.
El presidente Obama anuncia incesantemente tener apertura de miras energéticas, insistiendo en que su política consiste en "no hacer discriminaciones". Exceptuando, por supuesto, la prospección en aguas continentales del Atlántico (como quiere, por ejemplo, Virginia), en aguas del Golfo de Florida (los hermanos Castro van a realizar prospecciones en las inmediaciones en su lugar), en aguas del Golfo de México (donde se espera que la prospección en 2012 descienda un 30 por ciento por debajo de los pronósticos pre-moratoria), en la Reserva Nacional de Vida Salvaje del Ártico (que tiene más de la mitad del tamaño de Inglaterra y donde la explotación tendría la extensión del Aeropuerto Dulles), en suelo federal de las Rocosas (donde las licencias de explotación han descendido un 70 por ciento desde que fue investido Obama).
Pero el acontecimiento que deja claro el grado de la antipatía por parte de Obama al crudo abundante, próximo y fácilmente accesible fue su veto al oleoducto Keystone. Deja clara la cuestión porque la defensa del Keystone es muy evidente y aplastante. Vetar la construcción de forma gratuita prolonga nuestra dependencia de potencias extranjeras, destruye miles de puestos de trabajo de incorporación inmediata, renuncia en favor de China a un importante recurso estratégico, daña nuestras relaciones con nuestro aliado más próximo geográficamente y envía miles de millones de petrodólares a Hugo Chávez, Vladimir Putin y unos jeques ya obscenamente ricos.
Obama presume de que durante su mandato la extracción ha crecido y la importación ha descendido. Es cierto, pero es ciertamente engañoso. Estos incrementos se han registrado a pesar de sus políticas restrictivas. Son resultado de licencias de explotación expedidas durante la era Clinton y la era Bush. Esto se acompaña de una fiebre del gas natural producto de nuevas tecnologías de refinado que no tienen absolutamente nada que ver con Obama.
"El pueblo estadounidense no es idiota", decía Obama (23 de febrero), haciendo mofa de la consigna "Perfora baby, perfora". "La única solución", afirmaba enfáticamente en otra importante intervención energética la pasada semana, es que "empecemos a consumir menos, a reducir la demanda, a bajar los precios". Pero cinco párrafos más tarde afirmaba formalmente que con independencia del "crudo que obtengamos nacionalmente… no se va a marcar el precio del gas a nivel mundial".
O sea: ¿que reducir la demanda estadounidense baja el precio del crudo, pero elevar la oferta norteamericana no? Esto es ridículo. O las dos cosas son ciertas o ninguna lo es. ¿Leerá Obama sus propios discursos?
Obama dice de la prospección petrolera: "No es un plan". Por supuesto que es un plan. Importamos prácticamente la mitad de nuestro combustible, exportando de esta manera cantidades ingentes de riqueza estadounidense. Casi el 60 por ciento de nuestro déficit comercial -332.000 millones de dólares de 560.000 millones- se marchan al extranjero a comprar crudo.
Se perfora aquí y se corta la hemorragia. Esos dólares se quedan dentro de la economía estadounidense, repatriando no sólo riqueza sino puestos de trabajo y negándolos a extranjeros hostiles. Hacer prospecciones es lo más importante con diferencia que podemos hacer para estimular el crecimiento dentro del país al tiempo que se consolida nuestra influencia en el extranjero.
En lugar de eso, Obama ofrece los que presume serán los combustibles del futuro. Se diría que hoy tendría que ser mucho más modesto con sus poderes de adivinación tras la quiebra del fabricante de placas solares Solyndra, el colapso de la empresa subvencionada por el Estado Ener1 (los antiguos fabricantes de las pilas del futuro) y la suspensión de la producción por parte de GM -por falta de demanda- de otro invento de existencia promulgada federalmente, el inflamable Chevy Volt.
¿Desanimado? Ni por asomo. Nuestro resuelto visionario de las energías del futuro ha salido con su propio combustible milagroso: las algas. Sí, la lechuga de mar, en concepto de la cual el Departamento de Energía de Steven Chu se dispone a desembolsar otros 14 millones de dólares del contribuyente.
Se trata del mismo Dr. Chu que se hizo famoso por decir en 2008 que deseaba que los precios del combustible estadounidense crecieran hasta niveles europeos de 8-10 dólares el galón -y que el martes, ocho meses antes de las elecciones, se retractaba públicamente ante el Congreso, al estilo Galileo.
¿A quién creerán estar engañando? Se avecina una crisis del crudo, los precios están alcanzando nuevas cotas -y nuestro presidente anda elogiando algas. Después de Solyndra, del Keystone y de las promesas de meter algas en el depósito de su vehículo, los estadounidenses intuyen a un presidente tan antipático ideológicamente a los combustibles fósiles- de los que disponemos en abundancia -que parece totalmente falto de rigor al hablar del mundo real de los combustibles en el que vivimos el resto de nosotros.
Los elevados precios de los combustibles constituyen un importante problema político para Obama. No son solamente un problema a pie de surtidor, no obstante. Son el constante recordatorio de que tres años de políticas energéticas rígidas, estúpidas y quiméricas nos han vuelto escandalosamente dependientes y excesivamente vulnerables.