La huelga puede triunfar
El objetivo último de quienes promueven la huelga es bloquear no el tejido productivo del país, sino los cerebros de los telespectadores. Lo determinante no será parar las fábricas, sino condicionar el impacto demoscópico
Cuando la célebre huelga salvaje de los mineros, Margaret Thatcher, esa mujer que en el imaginario de alguna derecha ocupa el mismo altar que el Che Guevara en el de la izquierda, consiguió domeñar acaso para siempre a las Trade Unions. Inglaterra ya nunca más volvió a ser igual después de aquel pulso. Y aunque aún algo vago y difuso, idéntico pálpito de fin de un ciclo histórico, de definitivo punto de inflexión, de crepúsculo último de los sindicatos, es el que aquí late en el ambiente a propósito del paro general. Una novedad sustantiva, sin embargo, distingue el tiempo presente de la época de la revolución conservadora de Reagan y Thatcher. Tan sustantiva que hace que devengan incomparables.
Y es que la realidad todavía importaba por aquel entonces. De hecho, era lo único que importaba. A principios de los ochenta del siglo pasado, la sociedad del espectáculo y su corolario, el gran circo mediático, aún andaba en pañales. Los pseudo-acontecimientos que ahora compiten por captar la atención errática de las audiencias en las pantallas de plasma, nuestra realidad virtual de cada día, todavía tardarían en llegar. Y ni siquiera había sido enunciado el axioma de que cuanto suceda al margen de los mass media no es que resulte irrelevante, es que no existe. Imposible en su día fabricar simulacros escénicos en la televisión como, sin ir más lejos, el 15-M.
De ahí que el objetivo último de quienes promueven la huelga sea bloquear no el tejido productivo del país, sino los cerebros de los telespectadores. Lo determinante, bien lo saben Toxo y Méndez, no ha de ser parar las fábricas sino condicionar el impacto demoscópico, la nueva intención de voto reflejada en las encuestas del día después. Por algo, pese al fracaso material de sus huelgas generales – salvo quizá la primera –, UGT y Comisiones han logrado atemperar al afán reformista de todos los gobiernos, tanto los de González como los de Aznar o Zapatero. Por eso, porque las huelgas se ganan o se pierden en los telediarios, no en las fábricas. Así las cosas, el preceptivo guirigay de cifras y porcentajes de participación se antoja baladí. A fin de cuentas, solo un único piquete resultará relevante: el que dirija las cámaras.
El Sr. García Domínguez es economista, comentarista político de esRadio y ABC. Miembro del panel de Opinión de Libertad Digital. Sígalo en Twitter: @jg_dominguez
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