Donde Margallo se equivoca
Tal vez perdido en el Parlamento Europeo, el hoy ministro Margallo no se enterase en 2003 de que el PSOE se negó a consenso alguno mientras la crisis con Irak se estaba fraguando a lo largo de 2002
El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, acaba de afirmar con rotundidad que el objetivo es devolver a la política exterior española al ámbito de las políticas de Estado de donde nunca tuvo que haber salido. Nada de criticable y si mucho de loable ante tal objetivo. Si acaso, una ligera advertencia de por dónde corren los tiempos, con un PSOE echado al monte de radicalismo y que si está dispuesto a pactar en materia de relaciones internacionales así como en seguridad y defensa es, simple y llanamente, porque son funciones que consideran marginales para su concepción y proyecto político.
Pero lo que sí es criticable, y mucho, fue la argumentación histórico-política que el ministro Margallo hizo en su exposición. Según él, el consenso exterior se quebró de manera profunda en dos ocasiones a lo largo de estos años: la primera, cuando el gobierno terminal de la UCD metió a España en la Alianza Atlántica en 1981; la segunda, con la decisión de José María Aznar de enviar tropas a Irak en 2003. Para más sorpresa, se deshizo en elogios a Felipe González, a quien le achaca querer remendar el consenso organizando el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN en 1986.
Margallo, quien se precia de experto en la Transición, se equivoca y mucho. Para empezar, olvida que tras la muerte de Franco, hasta mediados de 1979, la mayoría de encuestas de opinión de la época (que podría consultar él o sus colaboradores directos en las hemerotecas) daban una opinión pública mayoritaria favorable a la normalización exterior de España y que no se limitaba a la entrada en la OCDE y la UE, sino también en la OTAN. Sólo después de que el PSOE lanzara la brutal campaña de "OTAN, de entrada no", liderada entonces paradójicamente por quien se convertiría años después en nada más ni nada menos que en Secretario General de la OTAN, Javier Solana, cuando la opinión pública española comenzó a cambiar de actitud. Europa si, OTAN menos.
En cualquier caso, no fue la UCD quien rompió un consenso que no había existido políticamente, sino el PSOE quien apostó por utilizar el tema de la OSN para debilitar aún más a un gobierno terminal. Pero lo cierto es que la postura de la UCD era la apropiada y la de los socialistas de González la equivocada, como se demostraría con el paso del tiempo. Aún peor, ya se puso de relieve que para el socialismo español las políticas de Estado siempre se supeditan a sus intereses partidistas sin escrúpulo alguno. Y eso no lo cambia el revisionismo erróneo de ministro actual. Es Historia con mayúsculas.
Como también lo es, en segundo lugar, la Historia de España e Irak en 2003. Tal vez perdido en ese mundo especial y apartado que es el Parlamento Europeo, Margallo no se enterase de que el PSOE se negó a consenso alguno mientras la crisis con Irak se estaba fraguando a lo largo de 2002. Estaba demasiado ocupado batallando con Aznar al frente de las manifestaciones y vociferando en la calle contra el Prestige, la enseñanza de calidad y cualquier otra iniciativa del gobierno de la nación. Por otra parte, alguien de su gabinete debiera haberle recordado al ministro que España nunca envió tropas a la guerra de Irak, sino un destacamento naval que llegó al puerto de Basora al final de las hostilidades, para tareas de ayuda humanitaria. Igual que el posterior contingente terrestre amparado por la petición de las ONU a sus miembros para contribuir a la estabilización y recuperación iraquí.
En cualquier caso, lo relevante es que el PP no rompió un consenso que tampoco en esta ocasión existía. Y no existía no porque no fuera deseable, sino porque el PSOE volvía a anteponer sus posibilidades electorales a los generales del Estado.
Por último, el ministro ignora o no recuerda el drama que vivió España con el invento Felipista del referéndum sobre la OTAN. Referéndum organizado para deshacer el entuerto al que él mismo había llevado unilateralmente a España al congelar nuestra participación en la Alianza al mes de haber ganado las elecciones del 82. Referéndum, además, con trampa, ya que era un mea culpa parcial, habida cuenta de que pretendía general un status especial para España dentro de las estructuras aliadas (todo lo político sí, lo militar no, básicamente) y, por último, referéndum que no estuvo para nada consensuado entonces con el partido de la oposición. La AP de Fraga, hay que recordarlo, se negó a suscribirlo y llamó públicamente a la abstención.
El ministro Margallo debiera pensar mejor sus palabras, porque, como representante del gobierno de España, todo lo que dice tiene unas repercusiones que nunca tuvieron sus afirmaciones como europarlamentario. Desde luego, tiene todo el derecho a decir lo que quiera y crea conveniente, pero cabe exigirle que lo que afirme cumpla con un mínimo rigor histórico. Alguien de su equipo le debían haber avisado de que se equivocaba. Y mucho.
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