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José García Domínguez

La Kakistocracia

Advertía Polibio que la monarquía degenera en tiranía; la aristocracia, en oligarquía de los privilegiados; y la república, en zafio griterío de demagogos. No se le pasó por la cabeza que igual podían refundirse: he ahí la kakistocracia

Con esa medrosa doblez moral tan marca de la casa, la Unión Europea "toma nota de la clara victoria de Putin […] pero ha identificado deficiencias  e irregularidades en el proceso electoral". Acuse recibo, pues, la zorra de que debe obrar con mayor discreción en futuras excursiones al gallinero. Quizá pensando en Berlusconi y su serrallo multimedia, un discípulo de Norberto Bobbio acuñó en su día el término kakistocracia, que viene a significar el gobierno de los peores. Una perversión abyecta de los sistemas clásicos de poder cuyo genuino modelo, sin embargo, se encarna en la Rusia de Putin y su fiel escudero Medvédev.

Así, advertía Polibio, el historiador griego, que la monarquía degenera en tiranía; la aristocracia, en oligarquía de los privilegiados; y la república, en zafio griterío de demagogos. Él propugnaba, es sabido, un híbrido con lo mejor de los tres regímenes. No se le pasó por la cabeza que igual podían refundirse apelando a lo más vil y rastrero de cada uno de ellos. He ahí la kakistocracia postsoviética, muy precisa combinación a partes iguales de oligarquía, tiranía y demagogia cuya malencarada guinda escénica responde Vladimir Putin. Una dictadura tan apenas encubierta como popular. Tras Yeltsin,  aquel simpático borrachín cleptómano, otra vez la Rusia militarista, autoritaria y eslavófila. La eterna.

Suprema prueba de que el liberalismo  utópico que prendió en Occidente a la caída del Muro no fue más que un espejismo efímero. Contra lo que pretendía su mesías, Fukuyama, la Historia acaso no haya hecho más que empezar. Ahora ya lo sabemos: la globalización  no implicaba ningún proceso irreversible ni hacia el libre mercado, ni hacia la democracia política, ni hacia el fin de los nacionalismos  retrógrados, ni hacia el imperio de la razón, ni hacía la Icaria feliz. Moramos en el mismo cenagal de siempre. Y constreñidos por las mismas lacras de siempre: el tribalismo identitario y la pulsión expansionista de las potencias regionales. La quimera del capitalismo democrático mundial fue el sueño de una noche de verano que se derrumbó con las Torres Gemelas. Por algo, Putin. Al final, va a resultar cierto aquello que sentenciara un viejo cínico de Moscú cuando el colapso de la Perestroika: "Lo peor del comunismo es lo que llega después".

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