Cuánta insidia
Se nota la mano de Juan Luis Cebrián en el ninguneo que gasta el editorialista de la pieza de 'El País'. Hay que ver lo bien que se las apaña para poner como no digan dueñas a Libertad Digital sin dignarse nombrarlo
Un buen periodista sabe mantenerse oculto cuando escribe un editorial. Si el lector puede adivinar qué mano ha sido la que ha emborronado la pieza, malo. En el de El País metiéndose con el fiscal general del Estado por investigar los restos del vagón del 11-M se ve muy fácilmente la pluma de Juan Luis Cebrián desde el mismo título, La insidia inacabable del 11-M.
A Cebrián le encanta lo de la insidia. A la Reconquista ya la había calificado de "insidiosa". Tanto gusto por el vocablo debe de ser fruto de la lectura compulsiva del Don Mendo, donde el marqués de Moncada se queja: "porque es tan grande la insidia, / la perfidia y la falsidia / del mundo, que casi envidio / al que apelando al suicidio / toma un arma y se suicidia”. Y así debe de ponerse el pobre Janli cada vez que la conspiranoia tira abajo alguna de las pocas piedras que quedan en pie de la versión oficial, que se pone a deambular por el despacho mesándose los cabellos y rezongando "porque es tan grande la insidia, la perfidia y la falsidia…".
También se nota la mano de Cebrián en el ninguneo que gasta el editorialista. Hay que ver lo bien que se las apaña para poner como no digan dueñas a unos sin dignarse nombrarlos. Genio y figura. Así que, los lectores de El País, si no lo son también de Libertad Digital, no sabrán que se está refiriendo a este periódico, a Luis del Pino y a Carlos Sánchez de Roda. Antes morir que mentarles, ni siquiera para acordarse de sus ancestros.
Ahora, en lo que es obvia la mano de Cebrián es en lo zote y poco avisado que es el editorialista: "Torres-Dulce no puede ignorar que los trenes se desguazaron, como no podía ser de otra manera, después de una investigación pericial exhaustiva de la Policía Nacional y de la Guardia Civil". Y olé. ¿Cómo que no podía ser de otra manera? No es que podía, sino que “tenía” que haber sido de otra manera. Las pruebas de un crimen no pueden destruirse sin autorización judicial y aquí no hay tal permiso y todavía no sabemos quién ordenó el desguace. Pues, si tan normal es, ¿por qué no sale quien los mandó hacer chatarra a decir de forma muy natural que fue él? No sale, querido Juan Luis, porque si sale, lo enchironan por destrucción de pruebas. Y la cuestión es que nadie arrostra el riesgo de una condena así como no sea que tenga interés en que tal desaparición ocurra. Y sólo puede tener interés en eliminar pruebas quien pretenda con ello evitar que se descubra lo que la investigación pueda deducir de ellas. Y como no lo entiende, así está el pobre, con la letanía:
Porque es tan grande la insidia,
la perfidia y la falsidia
de Libertad Digital
con la versión oficial
por sacar nuestra desidia
a la luz, que casi envidio
al que apelando al suicidio
toma un arma y se suicidia.
El Sr. Campmany es jurista, escritor y periodista. Su última novela publicada es Quién mató a Efialtes(Ciudadela, 2011). Miembro del panel de Opinión de Libertad Digital.
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