Es difícil encontrar a alguien que no haya padecido alguna incomodidad o abuso de algunos de los operadores de telefonía móvil. Inútil relatar ejemplos, son tantos y tan arbitrarios, que su sola enumeración excedería con mucho el espacio de este artículo.
No son privativos de tal o cual compañía, todas llevan a cabo prácticas abusivas. La coartada son las contrataciones on line. Tras la virtualidad de la relación, el cliente está a merced del operador. Es una relación desigual, donde la compañía es depositaria del contrato que no te hace llegar hasta que has dado el consentimiento, y una vez dado, lo apalabrado on line puede variar, bien por explicaciones equívocas, por ocultación de información o, simplemente, engaño. Para entonces, ya no hay remedio y sólo resta el calvario de las reclamaciones interminables y frustrantes. Dueños de altas, modifican tarifas sin más constatación que la imposición al cliente de la palabra dada por teléfono, hacen y deshacen a su antojo, y cuando explotas y exiges la baja, un calvario de requisitos que nunca te exigieron para el alta, la dilatan en el tiempo hasta desesperarte. Ellos cursan las quejas, nosotros consentimos; dueños de las grabaciones cuya existencia y disponibilidad sólo ellos determinan, te imponen los tiempos de espera, te cortan cuando les viene en gana, te pasean de departamento en departamento, hasta desesperarte; te informan de lo que quieren y cómo quieren, y cuando interesa, te vuelven a cortar y nuevamente a empezar. Pueden ser horas, y con toda seguridad, el estrés te derrota a ti y le da aire a sus estudiadas dilaciones comerciales.
Cuando pasan dos días, el enfado ha bajado y vuelves a fijarte en el número de expediente, el nombre de los numerosos comerciales y tornas al viacrucis. Ahora resulta que la grabación no se encuentra, el comercial no existe y las quejas no son en ese departamento. Harto de tanto abuso decides no pagar lo que no has contratado, pero entonces te amenazan con ponerte en la lista de morosos…
Todo esto sólo podía pasar en un sector comercial donde los clientes fieles son peor tratados que los recién llegados, y las ventajas, menores.
Hay reglas y normas, pero ninguna empresa las cumple medianamente bien. Hay un Gobierno que sabe que el sector de las telecomunicaciones es el que acumula más reclamaciones, pero ni las primeras sirven gran cosa, ni el segundo hace nada por que se cumplan. Va siendo hora que los clientes, que son todos los españoles, presionemos para que la relación despótica que se da entre operadoras y ciudadanos consumidores sea más democrática y se sujete mejor a las reglas de la oferta y demanda.