Noticia del fin del mundo
Cualquier escolar algo despierto intuiría que los tipos de interés debieran dispararse hacia la Estratosfera (e incluso más allá) si en verdad empresas y Gobierno compitiesen por un ahorro escuálido
La confirmación oficial de un secreto a voces, el de que el déficit rondará el 8,5 por ciento del PIB, ha desatado el preceptivo llanto de las plañideras de guardia. Ese rutinario rasgar de vestiduras con el que tanto gustan aburrirnos los "expertos". Una obsesión, la de los albaceas de la ortodoxia con el dichoso déficit, que recuerda a un gran clásico de la psicología experimental: Cuando falla la profecía. Al respecto, es sabido que los Testigos de Jehová se aferraron con renovada devoción a los dogmas de la secta tras revelarse falaz la fecha prevista por su profeta para el fin del mundo. Disonancia cognitiva llaman los terapeutas a tales mecanismos de defensa frente a los crudos desaires de la realidad.
Con los esforzados defensores del canon, decía, viene a ocurrir algo parejo. Y es que su fijación con el déficit obedece a una creencia tan simple como errada. Anida en ellos la superstición de que cada dólar o euro que se preste al Estado habrá de ser un dólar o euro hurtado a la inversión privada. Algo que la evidencia empírica se ha encargado de refutar a lo largo de todas las crisis habidas y por haber. Así de sencillo. Aunque tampoco hace falta ser Keynes para identificar el talón de Aquiles de semejante fantasía. Cualquier escolar algo despierto intuiría que los tipos de interés debieran dispararse hacia la Estratosfera (e incluso más allá) si en verdad empresas y Gobierno compitiesen por un ahorro escuálido.
Sin embargo, sucede justo lo contrario. En Estados Unidos, la nación que carga con el mayor déficit público del Occidente desarrollado, el precio del dinero se arrastra ahora mismo en mínimos históricos. Circunstancia que, huelga decirlo, no impide a los cruzados de la causa continuar con la milonga del efecto “crowding out”, que en inglés suena más impresionante. Por no mentar que la banca privada europea atesora a estas horas 524.000 millones de euros ociosos en la caja fuerte del BCE. Mitt Romney, el único aspirante republicano con un par de dedos de frente, lo ha confesado en Michigan: “Si nos limitamos a recortar, si solo pensamos en reducir gasto, contribuiremos a desacelerar la economía”. Mientras, aquí, un ocho y pico es el fin del mundo.
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