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Antonio José Chinchetru

Valencia no es Praga

Los manifestantes de la ciudad del Turia no buscan mayores cuotas de libertad ni se enfrentan a maquinarias represivas dispuestas a reprimir a sangre y fuego a quienes quieren ser ciudadanos en vez de siervos

En agosto de 1968, Julia veía asustada cómo una columna de carros de combate del Pacto de Varsovia cruzaban la frontera con Hungría para invadir Checoslovaquia y poner fin al proceso de tímidas reformas que vivía el país centroeuropeo. Mucho después, en 1989, su hija estudiante de secundaria participó en las protestas pacíficas que culminaron con la caída del régimen comunista de su país. La Revolución de Terciopelo fue el triunfo, tras tres décadas añadidas de totalitarismo de inspiración y control soviético, de aquella frustrada Primavera de Praga que ha quedado grabada en la cultura europea como un ejemplo de revuelta por la libertad.

Dos décadas después de la derrota del comunismo a manos de los ciudadanos hasta entonces subyugados por la hoz y el martillo en gran parte de Europa, la palabra "primavera" volvía a resurgir para definir movimientos de oposición a las dictaduras. Lo hacía en el Norte de África y Oriente Medio. Las sociedades árabes se rebelaban contra los regímenes autoritarios que les oprimían. Los resultados son dispares. En algunos lugares, ha sido el triunfo del islamismo, igual o más tiránico que la dictadura anterior; en otros, está por definir, y en Siria siguen muriendo cientos de personas a manos del Ejército de Bashar al-Assad.

Las llamadas "primaveras", la de Praga y la árabe, han sido movimientos valientes en los que miles o millones de personas buscan derribar dictaduras y deshacerse de la opresión. Además, en ellas se ha pagado un alto coste de vidas humanas. En la República Checa y Eslovaquia, los muertos se contaron por cientos. En el Norte de África y Oriente Medio, aunque en distinta medida según países, se cuentan por miles. Es, junto con altísimas cifras de detenidos de forma totalmente arbitraria y sin garantías, el caro precio pagado en unos nobles intentos de lograr la libertad. Nada de eso tiene que ver con lo que ocurre en Valencia, donde se ha pervertido de forma indecente el término "primavera" usado en otras ocasiones para referirse a las protestas políticas contra las tiranías.

Los manifestantes de la ciudad del Turia no buscan mayores cuotas de libertad ni se enfrentan a maquinarias represivas dispuestas a reprimir a sangre y fuego a quienes quieren ser ciudadanos en vez de siervos. Aunque España, como cualquier país occidental, pudiera ser más libre de lo que es, no sufre una dictadura. Mientras en Praga o Bratislava en el 68, como en el 89, los ciudadanos se enfrentaban de forma pacífica al comunismo, el líder "estudiantil" de Valencia es un gran admirador del régimen de los hermanos Castro. Él, como otros instigadores de las manifestaciones, están mucho más cerca ideológicamente de quienes desde Moscú ordenaron la invasión de Checoslovaquia que de los manifestantes de Praga, Bratislava y otras localidades de la República Checa o Eslovaquia.

Las agresiones a periodistas que no jalean a los manifestantes dejan todavía más en evidencia que, lejos de una primavera, estamos ante un "otoño valenciano". Los enemigos de la libertad de expresión son necesariamente enemigos de la libertad en su conjunto. Y es esa característica la que explica lo que estamos viendo en el Levante español. Es una revuelta organizada, a la que muchos jóvenes se suman sin darse cuenta de los objetivos reales de sus organizadores, contra un Gobierno legítimamente elegido por los ciudadanos en la que la violencia juega un papel importante.

Valencia no es Praga. Llamar "primavera" a lo que ocurre en la ciudad del Turia es insultar a todos aquellos que, en la capital checa y en otras muchas ciudades del mundo, pagaron un alto precio por buscar la libertad y enfrentarse a las tiranías. 

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