De cargas, carguillas y carguetes
PSOE e IU y sus cómplices los sindicatos "de clase", más los gamberros antisistema, han perdido las elecciones hace muy poquito y quieren invalidar a todo trapo el peso político de lo ocurrido el 20 de noviembre
Hace tiempo que la sociedad española perdió el sentido de la adversidad y el riesgo. Las tragedias colectivas han desaparecido (tal vez porque la identificación en sentimientos comunes también se han esfumado), el dolor es siempre individual y cuando se muestra lo hace como rareza y fugazmente: no nos estropeen la siesta. Sacrificio, abnegación o entrega son palabras más próximas a la arqueología que a la vida real. Con excepciones, claro, pero cualquier incidente que produce algún daño, aun minúsculo, provoca aludes de sensacionalismo periodístico, sobre todo si se puede explotar en el plano político por parte de la izquierda: la derecha no suele jugar a eso por su pánico a suscitar movimientos de masas de ningún color.
En Valencia han ocurrido unos incidentes de importancia ínfima y ya tenemos a todo el gallinero alborotado: los unos, carroñeros de profesión y negocio, se ensañan con la pitanza; los otros, para socavar al partido en el gobierno al que no han podido derrotar en las elecciones; una mayoría, eternos espectadores, se rasga las vestiduras y quiere sentirse segura, pero sin que se haga nada para conseguirlo. Como con la crisis económica, resuélvase pero sin adoptar medida alguna. No son necesarias las explicaciones de la policía o del supuesto ministro del Interior (nadie sabe por qué lo han nombrado): si una manifestación se sale de madre – y gracias al trío Rodríguez- Alfredo Pérez- Camacho, en esas estamos desde hace muchos meses – el único medio de poner orden es mediante la fuerza. No hay otra. Pero estamos en el país del nunca pasa nada, todo va de broma, no será para tanto y yo me salto las normas porque eso no va conmigo. Y el largo etcétera de subterfugios , comentarios chuscos o chulescos con que los españoles adornan y justifican su renuencia a someterse a una disciplina colectiva en aras del bien común. Y por cierto, "disciplina", horrible vocablo.
Los datos objetivos están claros: PSOE e IU y sus cómplices los sindicatos "de clase", más los gamberros antisistema han perdido las elecciones hace muy poquito y quieren invalidar a todo trapo el peso político de lo ocurrido el 20 de noviembre; en mayo de 2009 el gobierno socialista congeló las pensiones y nos rebajó el sueldo a los funcionarios (a un servidor, el 10 %) y poco después elevó la edad de jubilación a los 67 años y no se movió ni una mosca; la enseñanza estatal española es una calamidad y jamás hemos visto a profesores y alumnos manifestarse para proponer o pedir soluciones y medidas concretas (todo se queda en lemas gastados: “Enseñanza pública”, “No a los recortes”, “Esperanza dimisión”, o “El hijo del obrero a la Universidad”, proclaman justicieros exóticos ignorantes del país en que viven).
Por fin, un día la policía empieza a cumplir su cometido, que es – entre otros – mantener el orden y despejar las calles y, entonces, los papás que la víspera se cabreaban por no poder circular por el centro de Valencia, ahora se indignan porque un guardia – a lo mejor, tal vez, quién sabe – ha endilgado un porrazo (tampoco más) a su nene, o nena, que previamente se han divertido a fondo insultando a los guardias, haciendo pellas y exhibiéndose como guays y malotes ante las amigas (o los amigos). Dicen que la calefacción del famoso instituto Vives no funciona desde los años noventa (también la dirección tendrá algo que ver, digo yo), que de los cuarenta y cinco detenidos sólo hay tres criaturos de Bachillerato, que el cabecilla cuenta veinticuatro abriles y luce un expediente académico digno del Oyarzábal nombrado no sé qué por el PP. Seguramente, todo es cierto, pero mientras los políticos tratan de escurrir el bulto - ¿Qué ha ocurrido, tan grave, como para provocar tal medrosidad? Vean lo que sucede en otros países -, la policía está harta de vivir eternamente con el trasero al aire (bien por Gallardón esta vez: quizás debería ser él el ministro del Interior) y un descerebrado de veinticuatro años amenaza con “quemar Valencia”, porque “la lucha es a sangre y fuego” (literalmente). Me pregunto si no batiría la marca mundial de velocidad, de oír el solo estampido de un cartucho de fogueo; pero, en especial, me pregunto cuándo los profesores van a entender que – presupuestos aparte – el desprestigio de la enseñanza lo vienen fabricando ellos mismos, impertérritos, desde hace muchos años: con huelgas, algaradas y sumisión a intereses políticos cuyo objetivo ha sido entontecer y anestesiar a jóvenes y no tan jóvenes. Los resultados de la LOGSE están a la vista, pero – obedientes o cómplices – no quieren que se le cambie una coma.
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