Las imágenes de los disturbios callejeros provocados por alumnos de un instituto valenciano demuestran hasta qué punto la enseñanza estatal en España es un absoluto fracaso. Protestan en la calle y se enfrentan a la policía, sin que hasta el momento se sepa qué es lo que exigen con esos actos violentos. Ellos tampoco lo saben, pero se sienten adultos imitando a los mayores que ven por televisión, cuando en realidad todos ellos acreditan situarse en un estado que no llega al de preadolescente que sufre una rabieta.
Tras una sentada callejera, que en un país normal se hubiera saldado con una multa a los papás y alguna pedagógica colleja, la algarada ha adquirido un carácter intergeneracional como acreditan las imágenes de las protestas, en las que aparecen señores de edad provecta, treintañeros que ya deberían haber terminado sus estudios universitarios y algún xiquet grabándose videos con el móvil para ligar este sábado en el muy competitivo universo del botellón.
Se sienten revolucionarios por lanzar botellas a la policía y corear las consignas habituales del mundo proetarra, animados por los políticos de izquierda que han destruido su presente y puesto en cuestión su futuro a poco que no cambien mucho las cosas. La educación estatal les ha inmunizado de tal manera contra la capacidad de pensar por sí mismos, que protestan contra los recortes presupuestarios precisamente de la mano de los verdaderos culpables de que los servicios públicos estén en una situación de penuria. Un espectáculo obsceno en el que las víctimas se unen a los agresores para que vuelvan al poder de forma violenta, a seguir machacando a las generaciones futuras tanto como lo han hecho con la actual, esa que ahora utilizan de carne de cañón contra las fuerzas de orden público.
A los papás de muchas de estas criaturas no parece tampoco importarle que las utilicen de esa manera tan burda a riesgo de que lleguen a casa descalabrados o con un ojo a la funerala. Allá ellos con su responsabilidad, pero ya que ellos no ejercen la labor educativa que les exige la patria potestad, que no protesten si un agente antidisturbios le brea pedagógicamente el lomo a su niño en respuesta al lanzamiento de un adoquín.
En un mundo extraordinariamente competitivo, los xiquets del Luis Vives y sus compis de "insti" van a salir con una preparación nada envidiable. A menos que se cree la licenciatura en perroflautismo, algo que conociendo la universidad pública española no habría que descartar, las arrocerías de la costa valenciana van a tener exceso de mano de obra en unos pocos veranos. Entonces protestarán por la precariedad en el empleo y los bajos salarios y vuelta a empezar. La cuestión es vivir siempre en la adolescencia. Eso sí, políticos de izquierdas aplaudiéndoles nunca les van a faltar.