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Apocalipsis now

La provocáción iraní es un misterio, porque el tiempo apremia. Necesita nueve meses para fabricar la bomba y seis para montarla en un misil

El mundo avanza inexorablemente hacia un Irán nuclear o un Irán bombardeado.

¿Qué haría usted si un enemigo confeso que ni siquiera pronuncia su nombre cuando amenaza matarle –entidad sionista por Israel–, en lugar de retornar a las negociaciones oficiales por la presión internacional se mostrara cada vez más desafiante? Israel se ha cansado de reiterar que prefiere ser condenado por el mundo que consolado. Lógico.

Desde noviembre de 2011, cuando la AIEA confirmó que Irán estaba desarrollando actividades destinadas a fabricar un arma nuclear, no cesan las advertencias, ni cede el advertido. A las cuatro rondas de sanciones de la ONU, sustancialmente ineficaces, los Estados Unidos y la UE han añadido, o se encuentran a punto de hacerlo, castigos reales en transacciones financieras y tráfico de materias primas que lastiman económicamente a Irán. No se sabe si son la última oportunidad para desanimar a Irán diplomáticamente o el tributo que rinde el vicio a la virtud para demostrar fehacientemente la impotencia occidental para su desarme pacífico y la justificación de otros recursos.

Irán tiene un programa nuclear desde los noventa, que contó en origen con ayuda rusa en la construcción de la planta de Bushehr. Avanzó enormemente en los 2000 con la participación de A. Q. Qhan y el desarrollo de las plantas de Natanz o, últimamente, Fordo. Se intentó impedir su continuación estos años del modo más extraordinario: a través del virus Stuxnet o los asesinatos de científicos relevantes, pero Irán ha insistido. Abrió nuevos centros, incorporó más centrifugadoras, multiplicó declaraciones incendiarias, amenazó con cerrar el estrecho de Ormuz y desplegó apoyos como los recibidos en la ONU por Rusia y China, o el que es dudoso calificar como moral de Ortega, Castro o Chávez. Añádanse estos días los atentados contra intereses diplomáticos israelíes en Asia, vinculados por estos a Hezbolá, la intención de dejar de exportar petróleo o la propaganda de su progreso nuclear.

La provocación iraní es un misterio, porque el tiempo apremia. Necesita nueve meses para fabricar la bomba y seis para montarla en un misil. El hecho de que su programa esté parcialmente enterrado en Fordo pero que pronto pueda estarlo totalmente, es decir, protegido de las bombas perforadoras, tampoco explica la elevación de las tensiones.

Lo relevante es que el régimen patrocinador de la mayor parte del terrorismo mundial mediante la Guardia Revolucionaria, Hezbolá y decenas de células durmientes por el mundo; enfrentado a sus vecinos suníes menos a su aliada Hamas en Gaza; hostil a la primavera árabe y la persa; que considera a sus enemigos pequeños o grandes satanes, pero siempre criaturas infernales; para quien el consuelo disuasorio de la destrucción mutua asegurada - aval de la Guerra Fría - no funciona, está decidido a tener la bomba. Si esta evolución no es detenida a tiempo, el probable aumento del precio del petróleo parecerá la menor de las preocupaciones. Y si lo es, también.

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