El paraíso (sindical) perdido
Los sindicatos españoles no han hecho examen de conciencia alguno. Convertidos en poder fáctico por los partidos, constituyen en la actualidad una plataforma de intereses burocráticos para la cual el cambio es algo mucho más peligroso que el paro
Los trabajadores asalariados de todos los países han sufrido en sus carnes, y de qué modo, la invasión de las ideologías revolucionarias que supuestamente les traerían el paraíso a las puertas de sus casas, o mejor dicho, a las puertas de las casas del Estado Socialista. Durante décadas del siglo XIX, se gestó un movimiento obrero autónomo de partidos políticos y doctrinas exaltadas que se ocupó de lo que era realmente el problema: mejorar la situación de los trabajadores. En España, aquel movimiento sindical primitivo duró hasta que el marxismo y el anarquismo penetraron en las organizaciones obreras y las despeñaron por el camino de la revolución que prometía el paraíso. Pero la Revolución rusa y sus consecuencias despertaron a casi todos de aquel sueño dogmático que convertía a los sindicatos en correas de transmisión de los partidos o grupos ideológicos y transformaba la vida de los trabajadores en propiedad del Estado.
En España, parece que los sindicatos considerados mayoritarios, a pesar del oscurantismo de las elecciones sindicales, no han hecho examen de conciencia alguno. Convertidos en poder fáctico por los partidos, incluido UCD, que comenzó el riego de dinero en la transición a la democracia, se estructuran hoy como una plataforma de intereses burocráticos para la cual el cambio es mucho más peligroso que el paro. De hecho, hemos asistido a un espectáculo lamentable en el que los actores sindicales han convivido felizmente con el crecimiento del desempleo hasta los más de cinco millones de personas, sin poner el grito en el cielo. Pero, eso sí, nada más iniciado un proceso de reforma laboral, nada radical por cierto, en lugar de aplicar una lógica elemental según la cual habría que atender a los resultados, se atiende a los intereses de una izquierda sonada antes que a las necesidades de los trabajadores. El paro no es indignante, como no lo es el PSOE y su herencia. Lo indignante, siempre, es el PP.
En 1996, una reforma laboral más que moderada y propuesta por el mismo partido que gobierna hoy supuso un impulso sin precedentes en la creación de empleo acompañada, claro está, por una liberalización general de la economía. Ahora, si bien la reforma parece de más calado, se siguen los pasos de la anterior. ¿No sería razonable esperar al menos dos años a ver cómo se comporta el empleo para juzgarla? Sí, pero no se trata de la razón, sino de la sinrazón de unos sindicatos, cuyos cuadros viven como jamás han vivido ni volverán a vivir, esperemos, que prefieren coexistir con millones de parados antes que con reformas y cambios que son absolutamente precisos porque la gente no aguanta más este desastre legado por el PSOE.
Los trabajadores viven en el infierno y los sindicalistas en el paraíso. De seguir así, perderán el edén que disfrutan -su desprestigio es ya abrumador -, y se abrirán paso hacia otro paraíso, el de los locos, que es como Milton llamó lisa y llanamente al limbo.
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