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Serafín Fanjul

Gobierno del PP

Desconozco hasta qué punto los dirigentes del PP son conscientes de que los españoles han votado movidos por hartura, asqueo, desprecio hacia quienes han triturado nuestra patria, más que por convicción en el programa 'pepero' o por la figura de Rajoy

El 20 de noviembre por la noche suspiramos aliviados: se había terminado la pesadilla de casi ocho años de destrozo de nuestro país a manos de una banda de incompetentes y tipos (y tipas) de mala fe. Aun faltaba el estrambote del mes siguiente en que, en vez de limitarse a gestionar, continuaron ordeñando las posibilidades que el BOE les brindaba en cuanto a perpetrar nombramientos a dedo, conceder subvenciones no menos digitales y establecer normativas en este o aquel ministerio para que la tierra quemada y el arrasamiento fuesen totales. Ya se iban conociendo los pufos y agujeros que dejaran en comunidades autónomas y municipios, mucho más de lo temido. Sólo un ejemplo: el alcalde socialista de Alcorcón (guarecido el 20 – N. en el Senado) no había dejado 50 millones de déficit, sino 650. ¿Para qué prolongar aquí y ahora la ristra de abusos y golferías?

Desconozco hasta qué punto los dirigentes del PP son conscientes de que los españoles –fieles incombustibles aparte– han votado movidos por hartura, asqueo, desprecio hacia quienes han triturado nuestra patria (y no sólo en economía: ojo), más que por convicción en el programa pepero o por la figura de Mariano Rajoy. Eluden este asunto y si se les pregunta –con la lógica de partido por bandera– responden que sí, por supuesto, faltaría más, que les hemos votado por la bondad de sus propuestas, de sus candidatos y porque sí. Y ya. No vale la pena entrar en esa discusión porque no se moverán un milímetro de la versión oficial y no se les puede culpar por ello, pues en eso consiste la lógica de todo partido, que de lo contrario no se sostendría: a tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo, que diría la Celestina. Pero es necesario que haya casa y la posibilidad de tomar medidas torcidas o justas. Ahora la hay.

De la política de nombramientos, en líneas generales, no podemos quejarnos, aunque lo de la señora Vela permanezca entre las tinieblas de lo incomprensible (¿Gol por falta de información o frivolidad? ¿Acuerdos ocultos que desconocemos? ¿Traición a su panda, con armas y bagajes, de la beneficiada?); y pese a que Ruiz Gallardón (una de cal y otra de arena) se obstine en cargar de razones a quienes no quisieron votarle para el Ayuntamiento de Madrid en mayo y –lo más grave de todo– alguna institución clave, como RTVE, continúe trabajando a todo trapo para el Comando Rubalcaba. ¿A qué espera Rajoy para higienizar y desinfectar la televisión (y la radio) del estado? No valen lamentos después, a la vista de los noticiarios, los reportajes y documentales que emite la tele que pagamos todos. Por lo demás, bienvenidos los ministros, secretarios de estado o directores generales que sí saben de su cometido y están dispuestos a actuar. Veremos si Rajoy se lo permite.

En cuanto a actuaciones y logros, cumple recordar que la multitudinaria harca de periodistas al servicio del PSOE (no digamos sus jefes), desde la noche del 20–N ya están exigiendo resultados, sin adoptar medida ninguna. Según ellos, no se puede tocar ley, ni normativa, ni presupuesto alguno para no lesionar al "Estado de Bienestar" (Como si Rodríguez y cía no lo hubiesen dejado manco, cojo e impedido), pero hay que resolver la crisis económica en quince días, tirando por alto y a mucho tardar. No obstante, las crudas críticas no han venido sólo de la nutrida y previsible tropa enemiga (lo de "adversarios" es un eufemismo para no reconocer una realidad demasiado fea): los liberales se han enojado por la subida de impuestos (como si Rajoy lo hubiera hecho por placer) y por no haber privatizado todavía hasta el aire que respiramos; los ultracatólicos por la tibieza de las reformas en aborto y Educación para la Ciudadanía; los simplemente cabreados con Rodríguez porque "no he dado mi voto para esto". Independientemente de que compartamos en todo o en parte esas críticas y reconociendo que el pavoroso panorama nos pone a todos nerviosos, parece que, durante meses y aun años, debemos esperar con la mente lúcida y abierta –considerando el horizonte entero, no puntos aislados– y apoyar al gobierno actual, incluido Gallardón. Desenredar la madeja de cochambre socialista requerirá tiempo y paciencia, si hay voluntad de hacerlo. Y si no la hay –entonces, sí– es obligatorio exigirla.

En España

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