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José García Domínguez

Otro cuento de la lechera

Contra lo que pudiera presumirse de una orografía tan endemoniada como la nuestra, éste es el país de los atajos. De los grandes y milagrosos atajos

Desde Lutero creo yo que no se había visto nada igual. País siempre ciclotímico, España se ha levantado de la siesta con un furor reformista que no tolera la más mínima demora. Lo que por pereza crónica no se hizo en siglo y medio, se le reclama al Ejecutivo en el plazo máximo de un trimestre. Qué digo un trimestre, en tres semanas. O mucho antes, que urge emborronar de tinta el BOE, ahora mismo, ya. Quién nos habría de decir que, una vez extinguidos  el tifus, la viruela y mal de San Vito, en la Península se desencadenaría una epidemia súbita de stajanovismo legislativo. Ni los más viejos del lugar recuerdan fiebre pareja.

Hoy, toca la reforma laboral. Un prodigioso bálsamo que en un plis plas  –dicen los entendidos – pudiera engendrar de la nada no sé cuantos millones de empleos. Otra vez, el cuento de la lechera. Y es que, contra lo que pudiera presumirse de una orografía tan endemoniada como la nuestra, éste es el país de los atajos. De los grandes y milagrosos atajos. Por eso, todo aquí se arregla de un plumazo redactando leyes y emitiendo reglamentos. Unas gotitas de flexibilidad  por aquí, un par de cucharadas de desregulación por allí, y asunto resuelto. Es lástima que la cruda realidad, tan prosaica ella, no entienda esos admirables portentos alquímicos de la escuela de Harry Potter.
 
Así, España logró alcanzar el pleno empleo en el tardofranquismo con el marco laboral más rígido de Occidente. Y ha conseguido batir el récord mundial de paro con, grosso modo, idénticas normas. Ergo, el problema es otro. Por más señas, y tal como acaba de señalar en este periódico el profesor Velarde, la productividad. Amontonar ladrillos uno encima de otro o servir pepsi-colas en un bar de la costa, son ocupaciones susceptibles de producir cierta ficción de riqueza. Sin embargo, constituyen rémoras que, a medio plazo, hipotecan la competitividad de cualquier país (europeo). Casi da pudor escribirlo: nuestra productividad en relación a la media de la Unión Europea era en 2009 un 14 por ciento más baja que en 1985. He ahí la explicación al gran misterio, ese Guinness del INEM. Y ahora, arréglenmelo con unos cuantos artículos estampados en la Gaceta de Madrid.

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