Educación cívica y constitucional
Un comunista y un liberal pueden guiarse por ideologías distintas, pero han de comportarse igual como ciudadanos; es decir, uno y otro han de respetar las reglas o hacerse cargo de sus responsabilidades cívicas.
He defendido por escrito y en sede parlamentaria la asignatura Educación para la Ciudadanía muchas veces, tantas como me he opuesto a la voluntad del PP de eliminarla del sistema educativo; por eso, ahora que el nuevo ministro de Educación, José Ignacio Wert, anuncia su sustitución por Educación Cívica y Constitucional compruebo que la sangre no llegará al rio, al menos si el nombre designa la cosa.
En la batalla sostenida hasta hoy parecía que el escollo provenía del temor del sector menos liberal y más religioso de la derecha al peligro de un supuesto adoctrinamiento en valores laicos y progresistas impuesto por un Estado aconfesional. Pero no, si todo el problema es eliminar aquellas parcelas de la asignatura que no tienen consenso universal en la sociedad española, lo fundamental queda a salvo, es decir, la necesidad de dotarnos de unos valores cívicos y unos conocimientos constitucionales con los cuales no nacemos y que deben ser enseñados.
Porque cuando nacemos no somos nada en concreto: Ni tenemos tal o cual ideología, ni somos sectarios o tolerantes ni poseemos lengua, religión o nacionalidad alguna. Sólo venimos con una herencia genética que puede condicionar, pero no determinar completamente nuestro comportamiento social.
En la sociedad democrática actual ya no nos podemos conformar con mitos, costumbres o religiones; es preciso racionalizar comportamientos, acomodarlos al derecho, aprender a ser ciudadanos. Y es aquí donde parece necesaria una asignatura de Educación para la Ciudadanía, o como se propone ahora, de Educación Cívica y Constitucional. La religión puede seguir siendo una apuesta individual, pero la ciudadanía es el destino de la humanidad regido por el derecho y la legitimidad.
Hacer un uso social de la libertad requiere responsabilidad, ponerse en el lugar del otro, tolerar las ideas de los demás, incluso comprender sus convicciones aunque no las compartamos, hacerse cargo de sus propias acciones y asumir sus consecuencias, respetar la autoridad democráticamente establecida, guiarse por el razonamiento y la palabra para resolver las discrepancias, buscar alternativas a las soluciones violentas de los conflictos, respetar las reglas de juego, guiarse por valores universal es establecidos por el tiempo como la honradez, la nobleza, la lealtad y enmarcar esas virtudes en el espíritu de la Constitución y los derechos humanos son necesidades cívicas imprescindibles.
No es una lista para ser buena persona, que también, es la forma como la persona se convierte en un ciudadano capaz de convivir en sociedad. Si reparan, no estoy diciendo qué es lo que hay que hacer sino cómo nos hemos de comportar. Y no vale inhibirse. Si no educa la escuela, alguien lo hará por ella; y a veces, en la peor dirección. Piensen en los programas basura de televisión.
En cualquier caso no hay que confundir inculcar valores con imponer ideologías. Un comunista y un liberal pueden guiarse por ideologías distintas, pero han de comportarse igual como ciudadanos; es decir, uno y otro han de respetar las reglas o hacerse cargo de sus responsabilidades cívicas. Y esos valores les llevan a los dos a respetar el turno en la cola del cine. No se trata de adoctrinar a nadie, sino de enseñarle a ser un buen ciudadano. Tanto el que cree como el ateo habrán de vivir conforme a las reglas democráticas de nuestra Constitución y no hay mejor manera de respetarlas que conocerlas después de haberlas razonado y comprendido. Si es eso lo que quiere el PP, todos los derechos están a salvo, porque todos emanan de la Constitución. Esperemos que, en su concreción, no desempolven el espíritu de la contrarreforma.
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