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Gina Montaner

Rushdie en el Palacio de los Vientos

Es evidente que el autor se ha convertido en un hijo incómodo para el país donde nació y pasó su infancia antes de establecerse en Gran Bretaña en sus años formativos

Una fatwa es una maldición eterna. A estas alturas eso debe pensar Salman Rushdie. Desde que el famoso autor angloindio publicara Los versos satánicos en 1988, los radicales islámicos lo han condenado a vivir oculto y rodeado de medidas de seguridad. Su pesadilla comenzó cuando el Ayatolá Jomeini dio luz verde para acabar con su vida, porque supuestamente había mancillado el nombre de Mahoma en una obra de ficción. Desde entonces Rushdie es el fugitivo Richard Kimble con los integristas pisándole los talones.

El último disgusto que ha sufrido este enfant terrible del mundo musulmán ha sido la imposibilidad de acudir al Festival de Literatura de Jaipur, como consecuencia de las presiones ejercidas por los hooligans islámicos. Presiones y chantajes a los que ha cedido el Gobierno de la India, incapaz de proveer protección para garantizar la integridad física de uno de sus más reconocidos intelectuales en un evento en el que los organizadores contaban con su presencia. No es menos cierto que próximamente se celebrarán elecciones en la región norteña de Uttar Pradesh, y desde la realpolitik electoralista vale más el voto de los musulmanes que la libertad de expresión.

Es evidente que Rushdie se ha convertido en un hijo incómodo para el país donde nació y pasó su infancia antes de establecerse en Gran Bretaña en sus años formativos. Lamentablemente, la fuerza atávica de la religión impide que en la India se presuma abiertamente de un intelectual que ha ganado el prestigioso Premio Booker por Hijos de la Medianoche, considerada como su más lograda novela. A cambio, en el extranjero, además de ser un referente en el ámbito literario, Rushdie es un celebrity que alterna Nueva York y Londres con estancias en su ciudad natal, Mumbai, en las que procura pasar inadvertido para no tentar la suerte con quienes lo acusan de blasfemo. Precisamente gracias al apoyo incondicional de intelectuales occidentales como el recientemente fallecido Christopher Hitchens, quien llegó a acuñar el término islamofascistas para definir a los inquisidores de su amigo, Rushdie ha podido sobrellevar el cerco de quienes los vigilan día y noche.

En esta ocasión el festival literario más importante de la hermosa y rosada Jaipur se ha quedado sin su invitado más ilustre. Una vez que se descartó su participación por las amenazas de violentas protestas, ni siquiera se atrevieron a emitir una videoconferencia del escritor. Finalmente venció la intimidación de los intolerantes frente a los defensores de la libertad. Rushdie ha acusado a las autoridades de colaboracionismo con los radicales que lograron lo que deseaban: amordazar al novelista satanizado.

Salman Rushdie no pudo intervenir en el encuentro literario, pero un puñado de autores invitados tuvo la valentía de leer segmentos de Los versos satánicos a modo de homenaje al escritor ausente. Un gesto ciertamente osado que podría costarles otra fatwa. Esta vez no consiguieron contener el eco de su voz en el Palacio de los Vientos.

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