¿Qué hacemos con él?
Desde el momento en que un español, por lo que sea, es encumbrado a puestos de responsabilidad, que es cosa que depende de las cúpulas de los partidos, empieza una carrera que, según parece, nada ni nadie tiene derecho a truncar
En la derecha, la reacción más generalizada a la absolución de Camps ha sido la representada por María Dolores de Cospedal: "¿Quien repone ahora su honorabilidad?" El editorial de ABC va en la misma línea: "Y ahora, ¿quién repara el honor de Camps?" Sin embargo, la cuestión no es el honor de Camps, que es cosa que no preocupa a nadie, ni siquiera a él. Aquí, la cuestión es si su absolución es suficiente para permitir su vuelta a ocupar cargos políticos de importancia, salvo que hacer a alguien ministro, por ejemplo, sea una forma de reparar su honor. El Mundo tiene un punto de vista diametralmente opuesto al del ABC: "La absolución no redime a Camps como político". Para el matutino, "Camps (…) es responsable de haber intimado con una trama que tenía por objetivo llenarse los bolsillos con dinero público a cuyo cabecilla se dirigía con expresiones como ‘amiguito del alma’". El argumento tampoco es convincente. Lo de "amiguito del alma" lo sabemos porque se filtraron a la prensa conversaciones privadas grabadas por la Policía en la investigación de unos delitos de los que, de momento, Camps es inocente. ¿Qué político resistiría la filtración a la prensa de sus charlas telefónicas?
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