Los hilillos de don Mariano
Si hay un político que debiera desconfiar de las virtudes comunicativas de los expertos es justamente Rajoy. Por hacerles caso, quedó en ridículo y como embustero cuando la catástrofe del Prestige.
Un ensayista británico ha escrito que Blair tenía un talento político excepcional: no dudaba jamás de su propia sinceridad. De los desastrosos efectos de ese don cuando no está compensado por otros, tenemos aquí pruebas de sobra. El ex presidente Zapatero transmitía una enorme y preocupante sinceridad cada vez que decía lo contrario de lo que había dicho y cada vez que los hechos se alineaban contra sus palabras. En todos los casos y en (casi) todas las crisis allí estaba él, exhibiéndose sinceramente como si nunca hubiera roto un plato. De ahí que no se pudiera saber a ciencia cierta cuánto había de engaño y cuánto de autoengaño. Se ha sabido, sí, que dio el pego. Hasta que el hechizo se rompió y, entonces, ya nada de lo que decía, aunque fuera cierto, se le creyó. Dicho en términos del tópico que endulza fracasos, perdió la capacidad de comunicar.
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