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Agapito Maestre

¿Sacrificio o esfuerzo?

Quiero que mi Gobierno me exija antes esfuerzo e iniciativa que sacrificio y resignación. Eso es realismo. Y un sueño es pedir que todo siga igual que antes de la crisis.

Muchos quieren eludir la crisis en términos individuales. Pero esto no es un asunto privado sino colectivo. Político. He aquí la primera dificultad que tendrá que explicar este Gobierno a sus gobernados para salir del letargo social. El desánimo y falta de perspectivas son dominantes en la sociedad española. El repliegue hacia la privacidad es preocupante. La gente está muerta de miedo. La mayoría de la población parece trastornada como si hubiera recibido un impacto inesperado. La pasividad de la multitud se parece mucho a la del animal herido. Estamos expectantes y dudando sobre si podemos o no esquivar el próximo golpe. Será la subida del IVA, la reforma laboral, una nueva congelación salarial o cualquier otra cosa, pero lo cierto es que la gente se prepara para lo peor. La sociedad intuye que la cosa no acaba aquí y pregunta ¿podremos resistir lo que viene? ¡Quién sabe!

La gente se abandona a una especie de resignación que nada bueno presagia. No es bueno esconderse en lo privado ni replegarse en exceso en nuestra propia intimidad, puesto que los problemas sociales o se atajan social y políticamente o acaban siendo peores. Es menester plantar cara a tanta resignación. Ahí tiene el gobierno de Rajoy, insisto, su principal reto. No obstante, creo que le ha llegado la hora a la sociedad civil española para ajustar cuentas consigo misma. Todas las formas de vida, los modos de conducta y los ideales de felicidad por los que valía la pena luchar, según se nos repetía en las dos últimas décadas, ya no existen. La crisis económica lo ha trastocado todo radicalmente. Ha dejado claro que una sociedad no puede vivir de un eterno "crédito". Ha pasado a la historia, definitivamente, el falso principio hedonista que nos impelía, en primer lugar, a consumir, dilapidar y disfrutar, para después pagar.

En mi opinión, frente a la resignación que provoca esta desaparición de "principios" y referencias vitales de otra época, es menester un diagnóstico, que cada día que pasa se hace más difícil, para saber a qué atenernos y qué podemos esperar. No es un asunto de optimismo o pesimismo, sino de reconocer con realismo que ha muerto esa sociedad que tapaba nuestras preocupaciones por las deudas de hoy con un futuro lleno de riquezas. Ha llegado la hora de volver a empezar y, seguramente, no de cero, sino de menos cero. No se trata de apretarse el cinturón sino de algo más grave: prepararse para tomar impulso desde las ruinas de un sistema económico y social. La situación es de tal gravedad que es urgente el replanteamiento de todas nuestras formas de vida.

Las medidas adoptadas por el Gobierno han sido duras, seguramente, las que vendrán después de la reforma laboral también lo serán, pero, insisto, el asunto que se debate no es de pronósticos o conjeturas sobre lo que llegará, sino de algo más real, a saber, ¿cómo podremos adaptarnos a una situación prácticamente olvidada para las generaciones más viejas e inédita o absolutamente desconocida para las jóvenes generaciones? La pregunta más repetida en los últimos años es ya tópica: ¿qué hacer para salir de la crisis? Platón tenía la respuesta: es menester que cada cual haga lo suyo. Estoy de acuerdo, en efecto, con ese mal que denunció Platón: los terribles males de las repúblicas están en el olvido de hacer cada uno lo que tiene que hacer. El olvido de nuestros deberes y oficios es una especie de indisciplina suicida, que no sólo nos aleja de nuestro verdadero ser, sino que nos lleva a todos al precipicio de la resignación.

Así, por ejemplo, cuando el político quiere hacer de periodista y viceversa, se producen los mayores equívocos y desastres. El Gobierno, pues, tendrá que gobernar, y los periodistas e intelectuales, a su vez, les exigiremos a nuestros gobernantes que antes que "sacrificios" nos pidan esfuerzos. Porque la buena utilización de las palabras será vital para adaptarnos a la nueva situación, digo críticamente que el lenguaje sacrificial siempre remite al victimismo y la resignación ovejuna, mientras que la apelación al esfuerzo significa iniciativa, impulso y, en fin, contar con los otros. Quiero que mi Gobierno, pues, me exija antes esfuerzo e iniciativa que sacrificio y resignación. Eso es realismo. Y un sueño es pedir que todo siga igual que antes de la crisis.

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