Ayer, en un acto organizado por la embajada de Israel, vi de pasada y casualmente al ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, en la Casa de Correos de Madrid, durante la entrega de Premios Samuel Hadas. Cuando conseguí superar el pudor, ese término medio entre la desvergüenza y la timidez que a veces nos sobrecoge en este tipo de actos, quise felicitarlo por sus primeras acciones en el ejercicio del cargo. Pero, ya era tarde, estaba rodeado de gente que me impedía hablar con él. Aprovecho esta columna para decirle en público, espero que de forma pudorosa, aquello que pensaba decirle en privado.
Tres acciones del ministro de Exteriores merecen ser reseñadas. Me ha gustado, en efecto, que nada más llegar al Ministerio haya conseguido liberar a un español inocente de las cárceles cubanas. He ahí una acción concreta, visible y eficaz. Un hombre injustamente encarcelado en el extranjero es liberado por la acción del gobierno de España. Eso no es un gesto, sino un ejemplo de determinación política en el exterior de España.
En segundo lugar, en el ámbito de una política concreta, específica y vital para el desarrollo intelectual, cultural y económico de España, nadie con un poco de sentido común puede dejar de felicitar a García-Margallo por haberle ofrecido la Presidencia del Instituto Cervantes a Mario Vargas Llosa. Ojalá lo acepte. Pero la propuesta es ya un síntoma de toda una genuina política cultural para España. Por fin, un Gobierno sensato toma en serio que la cultura española es un bien capital, además, acepta de buen grado que nuestra cultura sería una falsificación, si previamente no aceptamos, sin ningún tipo de complejo, que la cultura específicamente española es cultura de Hispanoamérica o no es. Por eso, pensar en Vargas Llosa para el Cervantes es pensar en una política cultural a lo grande. Pocos autores hay en el mundo, quizá ninguno, que representen mejor que este escritor a toda Hispanoamérica. Y, por encima de todo, ofrecerle a Vargas Llosa el Cervantes es tanto como reconocer que la literatura sigue siendo la mayor contribución de la humanidad al proceso de creación de racionalidad pública.
Tampoco es un asunto menor la broma del ministro a un parlamentario británico en el seno de la UE: "Gibraltar, español". El humor nunca es malo si hay rectitud de ánimo. Al margen de que pueda ser una manera correcta de abordar un asunto espinoso, la expresión refleja un espíritu de hacer política que ya no está sometida al falso y bárbaro "buenismo" del anterior Gobierno. Creo que esa broma del ministro deja claro que la cuestión de Gibraltar es un asunto bochornoso para toda la UE, y sólo y exclusivamente tiene dos protagonistas: España e Inglaterra. Este "¡Gibraltar, español!" ha roto parte de la espina dorsal del "buenismo" del anterior gobierno de Zapatero.
En fin, las acciones del Ministerio del Exterior empiezan a darle su sentido propio a la palabra Política: "tener un concepto de lo que debe hacerse desde el Estado en una nación."