Anarcolactantes
Nuestra derecha utópica aún no se ha enterado de que España no es Don Rodrigo, Wamba y Vitiza, sino la Renfe. ¿Tan ciegos estarán esos neodinamiteros?
Fiel a la tradición siempre errática de este país de veletas, una parte de la derecha parece que se acostó ayer reaccionaria y hoy se nos ha despertado anarquista. Al punto de que Bakunin y hasta el mismísimo Durruti pasarían por tibios meapilas ante tan airados revolucionarios. Así, cuando por fin creíamos difunto al fantasma de la utopía resulta que se ha reencarnado al otro lado de la trinchera. "Cosas veredes, amigo Sancho". Quién sabe, quizá el anhelo de una religión laica, que no cosa distinta es la política cuando se transforma en fe redentora, habite en lo más hondo del hombre moderno. Sea como fuere, los viejos ex comunistas conocemos bien ese paisaje intelectual.
Antes el objeto sagrado del culto se llamaba materialismo dialéctico y ahora responde por libre mercado, pero el sustrato profundo de ambas devociones es idéntico. Como idénticas resultan las adhesiones que suscita entre los creyentes. Ah, las certezas pétreas con su corolario de anatemas, de dogmas, de aprioris ontológicos. Y sus ingenieros de almas prestos a velar por las pequeñas y malolientes ortodoxias. Sin olvidar, claro, el adanismo. Esa embriagadora percepción germinal, la íntima certeza de que la Historia empieza con uno mismo. La arrogante petulancia de suponer que las generaciones anteriores todo lo ignoraban de los prodigiosos saberes que a los elegidos les ha sido dado conocer.
Porque los mil problemas de España, algunos seculares, podrían resolverse en un plis plas, barruntan, aplicando cuatro sencillas recetas desreguladoras. De ahí el furor iconoclasta que se ha instalado en el ambiente con la coartada del ajuste. Éste propone clausurar Televisión Española. Aquél quiere desmantelar la Seguridad Social. El otro clama por demoler no sé cuántos ministerios. El de más allá ansía privatizar Aena a la voz de ya. Los micronacionalistas periféricos no deben dar crédito. Han de estar frotándose los ojos ante el inesperado regalo que les cae del cielo. Y es que el nacionalismo español, al cabo un nacionalismo romántico como tantos, parece creer que es la Nación quien crea el Estado, y no viceversa. Diríase que nuestra derecha utópica aún no se ha enterado de que España no es Don Rodrigo, Wamba y Vitiza, sino la Renfe. ¿Tan ciegos estarán esos neodinamiteros?
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