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Emilio Campmany

Emoción a raudales

Aparte las lágrimas, la emoción y el encogimiento de voz, todo esto y alguna cosa más demuestran que Gallardón no tiene, frente a quienes han interpretado otra cosa, ningún peso en el nuevo Gobierno.

Esto se está poniendo de un tierno inaguantable. No sé si será la Navidad o la crisis, pero estoy de lágrimas hasta la coronilla. Empezó Elsa Fornero, la ministra de Trabajo italiana, pero eso, al fin y al cabo nos pilla lejos y en Italia ya se sabe que son muy dados al drama esperpéntico. Pero ahora pasa aquí en España, en pocos días y sin salir del Ayuntamiento de Madrid. Ana Botella, la nueva alcaldesa, hace unos pucheros cuando menciona a su marido, del que dice que será para ella una referencia. No parece que sea muy emocionante la frase y creo que de un marido se pueden decir cosas más entrañables donde las palabras traigan las lágrimas casi sin poder evitarlo. Pero en fin, cada cual se emociona con lo que se emociona.

Ahora, si emocionante es llegar no lo es menos no hacerlo. A los pocos días, sin salir del Ayuntamiento, se nos presenta Manuel Cobo y, lagrimeando como un colegial, nos cuenta la patraña de que ha resistido numantinamente el asedio de Ruiz Gallardón y se ha obstinado en no ser secretario de Estado de Justicia porque no da el perfil. Sería el primer político que dice que no a algo porque cree que le viene grande. A otro perro con ese hueso. Desde luego, Gallardón hubiera querido nombrarle secretario de Estado, pero Rajoy ha dicho que hasta ahí podíamos llegar. Desde que Aznar impuso la funesta moda de que fuera el presidente del Gobierno quien nombrara a los secretarios de Estado no ha habido ministro capaz de imponer su elección para su departamento en contra del criterio del jefe. Si Gallardón es culpable de que Cobo no sea hoy su secretario de Estado lo es, no por haber dejado de quererlo, sino por haberse empeñado en no ser ministro de Defensa, que es adonde tenía que haber ido. No digo que allí Cobo hubiera brillado, pero no hubiera desentonado tanto como en Justicia. Encima al pobre lo mandan al cementerio de elefantes madrileño, el Ifema, porque su adorado jefe no ha logrado para él mejor acomodo.

Aparte las lágrimas, la emoción y el encogimiento de voz, todo esto y alguna cosa más demuestran que Gallardón no tiene, frente a quienes han interpretado otra cosa, ningún peso en el nuevo Gobierno. No sólo no es capaz de nombrar a su secretario de Estado y sólo le dejan decidir el subsecretario del ministerio. No sólo no es capaz de encontrar un acomodo más airoso que el del Ifema para su fiel escudero. No sólo no consigue devolver Instituciones Penitenciarias a Justicia, de donde nunca debió salir. Sino que encima dicen que le van a quitar el Servicio Jurídico del Estado porque Soraya quiere tener a mano a sus compañeros de la Abogacía del Estado y dejar el Ministerio en las raspas. Si eso es tener poder, yo soy monje franciscano.

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