Aplausos y vanidad
Da que pensar el que el príncipe Felipe se haya sentido impresionado por la ovación de gala que ha recibido el Rey. ¿Tan mal están las cosas en la Casa Real o, mejor dicho, tan mal las veía o preveía el príncipe Felipe?
Aunque procuro no hacer juicios de intenciones políticas, le pido perdón por anticipado, estimado lector, si encontrara aquí alguno escondido en esta columna. Y es que cuando se habla de la monarquía, como voy hacer ahora, hay que tener cuidado, entre otras razones porque el futuro de la nación se juega en esa institución que, por otro lado, está muy mal regulada y sujeta en los últimos tiempos a críticas derivadas de una falta de autolimitación de algunos de sus representantes.
El Rey inauguró ayer oficialmente la legislatura. Lo hizo con decoro y sobriedad. Pero yo me quedo con las palabras del Príncipe heredero. Sí, sí, al heredero de la Corona le impresionó el aplauso al Rey y lo interpretó como un apoyo a la monarquía. Creo que estas declaraciones hablan más en su favor que en contra, reflejan cierta espontaneidad y, sobre todo, parece que lo alejan del peor peligro del político, a saber, la vanidad que es hermana de la parcialidad y –de algo que viene a ser lo mismo– la irresponsabilidad. Ayer tenía que hablar el heredero y lo hizo con criterio. Me alegro, primero, porque hablara, y, segundo, porque no dijera una gansada políticamente correcta.
El príncipe Felipe levantó acta con sencillez de lo que sucedió ayer en el Congreso, pero también revela rasgos de su sincera personalidad. En todo caso, si se ha sentido impresionado por la ovación de gala que ha recibido el Rey, en la apertura de la X Legislatura, por parte de casi todos los congresistas y senadores, es porque quizá esperaba un recibimiento más frío y distante. Quizá esperaba, en efecto, que los representantes políticos representaran de verdad a sus votantes que, a tenor de lo que dicen los medios de comunicación, no son tan complacientes como ellos con la institución monárquica. ¡Quién sabe! Lo cierto es que da que pensar el que un hombre, ya tan maduro como el príncipe Felipe, se haya sentido impresionado por la ovación de gala que ha recibido el Rey. ¿Tan mal están las cosas en la Casa Real o, mejor dicho, tan mal las veía o preveía el príncipe Felipe?
La apertura de las Cortes fue para el Rey, según su heredero, de vuelta al ruedo con orejas. Es una forma de asegurarse él la continuidad de la dinastía. Naturalmente, otros muchos observadores podrían interpretar el largo aplauso al Rey de manera diferente. Habrá quien diga que la mayoría no aplaudía tanto a Don Juan Carlos I como a la figura simbólica de una monarquía parlamentaria; y, por supuesto, habrá quien mantenga que ese aplauso prolongado en el tiempo no era sino otra manera de darse ánimo toda la clase política ante el primer reto que tiene que resolver, a saber, la mayoría de los españoles considera que es la propia clase política un problema de envergadura; según las encuestas, es la calidad, o mejor, la falta de calidad de nuestros políticos la segunda de las preocupaciones de los españoles.
En fin, alegrémonos por esos dos minutos de aplausos al Rey y por la espontaneidad de Felipe pues, según están las cosas, sólo faltaba que, al principio de la legislatura, se hubiera abierto una grieta grande entre el Jefe del Estado y los diferentes grupos parlamentarios.
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