Tras décadas de ayuno crítico en todo cuanto al Rey se refiere, y por extensión a la Monarquía, el caso Urdangarín lleva trazas de desembocar, a tales efectos, en una bulimia. Sería un típico movimiento pendular, pasar de la carencia al exceso. Y de tal manera, que unido ese asunto a un declive de la valoración de la Monarquía detectado en los sondeos, se haga cuestión de la forma política del Estado. Máxime, y también es típico que así suceda, cuando no se ha profundizado en la significación de la monarquía parlamentaria. Tan es así que su legitimación entre nosotros se ha limitado siempre a un recordatorio elogioso del papel que desempeñó el Rey en la Transición a la democracia. Como si la monarquía hubiera aparecido entonces y no en una nación con varios siglos de reyes a sus espaldas, ni hubiera tampoco argumentos para sostener su conveniencia en un sistema democrático contemporáneo.
Fue, paradójicamente, un viejo republicano, como él mismo se definía, uno de los pocos que quiso reflexionar, en aquellos años, sobre las posibilidades de la Monarquía. "Aunque parezca inverosímil apenas había ideas adecuadas sobre tal asunto, sobre lo que iba a ser la forma de nuestra vida pública en el futuro", anota Julián Marías en sus Memorias. Ni las hubo entonces, ni las habría después. De modo que en una crisis de confianza en el sistema político, que afecta tanto a sus partes como al conjunto, también la Monarquía, sustraída hasta ahora del debate público –y en gran medida por ello–, queda en entredicho. Con el agravante de que su justificación, más allá de lo bien que queda en papel couché, se ha hecho depender en exclusiva de la conducta de Juan Carlos I y de los miembros de su familia.
Hace tiempo que en España la línea divisoria de la política no se traza entre monárquicos y republicanos. No nos enzarzamos ya por "cambios de nombre del régimen", como decía Camba cuando la II República. La monarquía parlamentaria tiene la ventaja de no vincular la jefatura del Estado a los partidos políticos y sus estrechas –y sectarias– lealtades. Pero, por eso mismo, es mayor la exigencia de ejemplaridad. Tras el 23-F, escribió Marías que "los que no han querido que el Rey sea cabeza de la nación esperan que sea jefe de bomberos del reino". Sin embargo, hoy el Rey tiene que ser bombero en su propia casa. Se le debe reprochar que no apagara el fuego cuando se inició, pero sería de locos regresar al Delenda est Monarchia.