Rajoy ha despejado por fin la incógnita de quiénes van a ocupar el Consejo de Ministros y, aunque lógicamente habrá que dar tiempo al tiempo, ya podemos y debemos hacer una primera valoración de los nombramientos a partir de sus trayectorias.
Lo primero que podemos destacar es el perfil general de un Ejecutivo, formado por las personas más fieles al presidente. Rajoy ha optado por una guardia de corps, en la que ha primado la lealtad y la adhesión al líder. Destaca también la reducción, aunque menor de la esperada, en el número de miembros del Consejo de Ministros designados por Rajoy, que pasarán de 15 a 13. El Ministerio de Cultura se integra en el de Educación, que dirigirá José Ignacio Wert, mientras que se suprimirá el Ministerio de Ciencia e Innovación. Soraya Sáenz de Santamaría será la única vicepresidenta de este Gobierno, cargo que compaginará con el de ministra de Presidencia y portavoz. Su designación, no por previsible, deja de ser positiva: se trata de una mujer enormemente trabajadora, de la máxima confianza de Rajoy y que ha hecho, en términos generales, una brillante labor como portavoz del PP en el Congreso.
Rajoy ha desligado, por el contrario, el Ministerio de Hacienda, que lo dirigirá Cristóbal Montoro, del Ministerio de Economía, que lo encabezará Luis de Guindos. Se trata de dos nombres propios que formaron parte del equipo de Rato y que anticipan rigor en las cuentas y audacia en las reformas, cosas ambas radicalmente necesarias para salir cuanto antes del atolladero económico en el que nos encontramos.
Sorprende enormemente que Rajoy, a diferencia de lo que ha hecho con Arias Cañete en Agricultura, no haya designado ministra de Sanidad a alguien con la experiencia de Ana Pastor y que, en su lugar, haya designado a una mujer con un perfil mucho más bajo como es Ana Mato. En el área de la Sanidad se van a tener que producir muchos cambios en pro de una mayor eficiencia y donde más necesaria hubiera sido la experiencia que acarrea Pastor, quien, finalmente, se hará con la cartera de Fomento.
En cuanto al nuevo ministro de Defensa, Pedro Morenés, esperemos que su paso por este Ministerio sea más brillante que el que protagonizó el exministro Eduardo Serra, persona que le designó secretario de Estado de Defensa durante los gobiernos de Aznar.
Lo mejor que podemos decir del nuevo ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, es que su perfil es diametralmente opuesto al de Moratinos o de Trinidad Jiménez. Margallo es una persona seria y rigurosa, con una formidable formación académica y profesional y con múltiples relaciones, especialmente en Europa e Hispanoamérica. Su nombramiento está a la altura de esa posición que Rajoy pretende que España recupere en el plano internacional.
Mucha peor lectura debemos hacer de la designación de Gallardón y de Jorge Fernández Díaz como nuevos ministros de Justicia y de Interior. Si ya fue criticable que Rajoy en su discurso de investidura apenas abordara la crisis institucional y política que padecemos, en la que la politización de la Justicia y las cloacas de Interior desempeñan un papel tan esencial, la designación de ambos políticos en esas carteras anticipa una bochornosa continuidad. Casos como el Faisán, como el del 11-M, como el de la "pacífica" impunidad con la que algunos quieren atender a ETA, exigen cambios profundos tanto en Justicia como Interior. Si algo exige mirar hacia al pasado es la administración de Justicia, y lo exige tanto como la independencia de sus miembros. La designación de Gallardón prácticamente garantiza que el poder judicial va a seguir siendo una prolongación del poder legislativo, un mero fruto, no de la independencia, sino del chalaneo político al que tan aficionado es el todavía alcalde madrileño.
El Ministerio de Interior requiere una profunda limpieza, como bien ha dejado de manifiesto el caso Faisán, el 11-M y hasta casos de espionaje policial padecidos por el propio partido de Rajoy. Jorge Fernández Díaz ha destacado, sin embargo, por su facilidad por plegarse al statu quo, bien fuera este una mordaza a la libertad de expresión de medios críticos al nacionalismo, ya fuera la no menos liberticida política lingüística en Cataluña.
Naturalmente todos los elegidos por Rajoy podrán, en función de cómo desempeñen su cargo, cambiar a peor o a mejor nuestra inicial valoración; pero desde luego si los nombres de Montoro y de Guindos nos suscitan esperanzas de cambio ante la situación económica que padecemos, los de Gallardón y Fernández Díaz nos hacen temer la más bochornosa continuidad de una crisis no menos grave como es la que nos afecta como nación y como Estado de Derecho.