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Charles Krauthammer

Los réditos del apaciguamiento

Obama imaginó que su don de gentes y su sensibilidad exquisita hacia el islam persuadirían a los mulás de renunciar a su programa armamentístico. Ellos se resistieron a sus encantos eligiendo, en su lugar, convertirse en potencia nuclear.

"Que le pregunten a Osama bin Laden... si yo practico el apaciguamiento", dijo Barack Obama el 8 de diciembre de 2011

Estoy de acuerdo. Barack Obama no apaciguó a Osama bin Laden. Lo mató. Y por ordenar la incursión y correr el riesgo, Obama merece el mérito. Mérito en concepto de decisión y de valor político.

Sin embargo, el caso Bin Laden no fue ninguna prueba legislativa. Ninguna persona seria de ninguna de las formaciones llegó a sugerir nunca negociaciones o concesiones. Obama manifestó decisión, pero renunciar a una opción que no existe no dice nada de la solidez de la política exterior de uno. Eso vale para cuando hay opciones a elegir.

Y en esto la historia es diferente. Vea las dos iniciativas principales de Obama en política exterior, hacia Rusia y hacia Irán.

La administración llegó al poder decidida a estrechar las relaciones con Rusia. Se llamaba "relanzamiento", un antídoto a la "peligrosa deriva" (fórmula del vicepresidente Biden) de las relaciones durante los años Bush.

En realidad, la frialdad de Bush hacia Rusia se fundamentaba en ciertas realidades desagradables: el desmantelamiento sistemático de la democracia por parte del Kremlin; su agresión descarada a Georgia; su iniciativa de volver a crear una esfera rusa de influencia sobre los vecinos; y su apoyo, desde Siria a Venezuela, a los regímenes más ostentosamente antiamericanos del mundo.

Liberado de tan inconvenientes realidades, Obama procedió con su "relanzamiento". La decisión enseña fue la cancelación súbita de un sistema de defensa balística estadounidense de asentamiento polaco y checo opuesto vigorosamente por Moscú.

La cancelación minaba profundamente la posición de dos aliados muy proamericanos que se habían alineado con Washington tanto frente a las amenazas rusas como al malestar popular. Obama no sólo los dejó al pairo. Demostró al mundo que la independencia de los estados de Centroeuropa duramente ganada sólo es parcial y tentativa. Con las bendiciones norteamericanas, sus decisiones presuntamente soberanas estaban sujetas al veto ruso.

Esta concesión de peso, junto a un tratado balístico de reducción New START mucho más beneficioso para Rusia que para América, se suponía que iba a aliviar tensiones en las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, a mitigar la oposición rusa a la defensa balística y a contar con su asistencia a la hora de detener el programa nuclear de Irán.

¿Cómo está saliendo ese "relanzamiento", transcurridos tres años? Los usos vuelven a estar a la gresca con la defensa balística. Están denunciando la versión sucedánea de Obama. Amenazan no sólo con poner sus miradas sobre cualquier defensa balística norteamericana radicada en suelo europeo, sino también con instalar proyectiles ofensivos en Kaliningrado. Amenazan además con abandonar el tratado START, que la administración había presentado a bombo y platillo como un gran logro de la política exterior.

En cuanto a la ayuda a Irán, Moscú nos ha puesto obstáculos a cada oportunidad, debilitando o bloqueando una resolución tras otra. Y ahora, cuando hasta la Agencia Internacional de la Energía Atómica ha dado fe de las ambiciones nucleares de Irán, Rusia anuncia que se opondrá a cualquier sanción nueva.

Por último, sumando desprecio a la sencilla ofensa, Vladimir Putin respondía a las manifestaciones anti-gobierno desatando un crudo ataque de corte soviético a América como la potencia secreta tras las manifestaciones. Putin acusaba personalmente a la secretaria de Estado Hillary Clinton de enviar "una señal" que activaría a espías infiltrados y demás agentes de la América imperial.

Así son los réditos del apaciguamiento. Dan por buenas las simples "derivas".

Aún peor ha sido el alabado "diálogo" de Obama con Irán. Inició su presidencia reconociendo de forma apologética la implicación norteamericana en un golpe de estado que tuvo lugar hace más de 50 años. A continuación ofrecía negociaciones bilaterales que, como era de esperar, fracasaron miserablemente. Lo más atroz, adoptaba una escrupulosa y escandalosa neutralidad durante la revolución popular de 2009, una oportunidad caída del cielo –ya perdida– de relevo del régimen.

Obama imaginó que su don de gentes y su sensibilidad exquisita hacia el islam persuadirían a los mulás de renunciar a su programa armamentístico. Sorprendentemente, ellos se resistieron a sus encantos eligiendo, en su lugar, convertirse en potencia nuclear. Las negociaciones no sirvieron sino para dar legitimidad al régimen en su momento de máxima vulnerabilidad y de salvajismo.

A cambio de sus esfuerzos, Obama se granjeó (a) la letal asistencia iraní continuada a las guerrillas que asesinan efectivos estadounidenses en Irak y Afganistán, (b) una conspiración para asesinar al embajador saudí volando por los aires un restaurante de Washington, (c) el anuncio esta misma semana por parte de un parlamentario de maniobras navales iraníes destinadas a cerrar el Estrecho de Ormuz, y (d) el indudable acceso chino y ruso a un vehículo estadounidense no tripulado para replicar y responder a sus secretos tecnológicos.

¿Cómo respondió Obama a eso?

El lunes, solicitaba educadamente que le devolvieran el vehículo.

El martes, con desprecio similar al de Putin, Irán exigía que mejor que Obama se disculpase. "Obama suplica a Irán que le devuelva su aparato de juguete", difundía la agencia semioficial FARS.

Apenas unas horas antes, la secretaria Clinton había vuelto a afirmar una vez más que "queremos ver dialogar a los iraníes... no renunciamos a ello".

Benditos los que ofrecen la otra mejilla. ¿Pero esta gente no se cansa nunca?

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