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Antonio Robles

Habilidad frente a soberbia

Ronaldo no es culpable de la derrota de su equipo porque fallara dos goles cantados, sino porque aún no ha reparado que el Madrid no se fundó para que él pudiera hacer récords. Algo que Messi hace a la perfección.

En el clásico del pasado sábado, el Real Madrid perdió tres puntos. Cosa menor. En ese encuentro se jugaban empresas mayores. La impotencia ante el Barça de los últimos años pasó de vivirse como una excepción a interiorizarse como una evidencia. En cuestión estaba la supremacía del fútbol. Detrás de esa hegemonía estaba ser o no ser la referencia para millones de seguidores en el mundo. Y contratos millonarios en derechos de televisión y publicidad.

Pues bien, el Real Madrid perdió la oportunidad de recuperar la superioridad perdida. Si alguien había dudado, ya no dudará más. Millones de niños chinos se hicieron esa noche de Messi. Eso fue lo que empezó a perder el Madrid. O sea, la historia.

Sin embargo, casi todos los análisis de prensa se han empeñado en centrar la tragedia en Ronaldo. Algunos para culparlo de la derrota, muchos para afearle su narcisismo y todos para confirmar que es un grandísimo jugador, pero... a años luz de Messi. Alguien se lo tendrá que decir.

El sábado se empeñó en jugar un partido contra Messi y acabó haciéndole perder el partido al Madrid. Su afán de protagonismo, la incapacidad para entender que el resultado de un encuentro no es su número de goles, le lleva a reducir el encuentro a un duelo personal. Ignora a sus compañeros, dispara desde cualquier posición, impone su derecho de pernada en faltas y penaltis, ejerce de faraón y, como los dioses, sólo sus goles los celebra como únicos. Su frialdad ante los logros ajenos contrasta con la explosión de los propios. A menudo se para y se planta con los brazos en cruz en espera de que vengan los compañeros a rendirse a su instinto depredador. Mayor narcisismo imposible. Fíjense en los aspavientos, meneos de brazos y el rostro de incredulidad cada vez que dispara y falla. Es como si se dijera perplejo: ¿cómo es posible que un disparo de Dios salga fuera? Debería aprender de Lionel Messi, o de su compañero Di María. Pierden el balón y se revuelven como jabatos sin dar una pelota por perdida. Fallan un tiro y recuperan inmediatamente su posición.

Ronaldo no es culpable de la derrota de su equipo porque fallara dos goles cantados –errores los puede tener cualquiera–, sino porque aún no ha reparado que el Madrid no se fundó para que él pudiera hacer récords sino para que sus cualidades sirvieran al equipo. Algo que Messi hace a la perfección.

El sábado buscó y consiguió rubricar su inferioridad ante Lionel. Podría haberla disimulado de no haberse empeñado en jugar contra él en lugar de hacerlo contra el Barça, pero se empecinó en contrastar su soberbia con la habilidad de Messi. Y perdió. Una vez más, porque de haber sido menos narciso, se habría dado cuenta de la diferencia entre un mago y un atleta. La habilidad y rapidez de Messi le hace imprevisible y su generosidad, letal. Una conjunción que no tiene Ronaldo. Su velocidad y corpulencia ha enmascarado a menudo esa falta de habilidad del Pulga. La suya son arabescos sin trascendencia cuando el defensa lo ha fijado y frenado; la de Messi es puro desborde. No hay comparación posible. Ronaldo ha esculpido una biología privilegiada a base de esfuerzo, voluntad y profesionalidad. Ha logrado ser un atleta, pero Messi es otra cosa. Podría no entrenarse y hacer diabluras, llegar a los 50 años y seguir haciéndolas. Ronaldo, por el contrario, no será gran cosa falto de forma. 

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