Tiempos nuevos
Nuestras desgracias, nada inocentes, brotan de un dislate cognitivo, de una truculencia plebiscitada, del empeño pertinaz en sustituir la meritocracia por la picaresca, el orgullo por la adulación, la dignidad individual por el familismo amoral.
Ya se atisba. No fallan, tal el perro de Pávlov, la reorientada servicialidad, el quejumbroso apetito de miel. Enjambres de conciudadanos a los que teníamos por rabiosamente izquierdistas se acicalan para insinuar que de antiguo desconfiaron del PSOE, la pútrida nomenclatura o esta monarquía. Que también para ellos el 11-M, el Faisán, la ETA, el GAL o el 23-F apestan a una misma letrina. Que fuerte escándalo la avalancha de corrupción en gasolineras, SGAE, lupanares, ERE y demás escenarios del hampa institucional. Que menos mal que ha arrasado el PP y pueden al fin tomar aire, tras haber disimulado, en doliente clandestinidad, durante la larga noche del zapaterismo y sus compinches separatistas. ¡Si hasta el mismísimo Arfonzo se atreve a propinarle una lanzada audaz al amiguito de Rodiezmo! Entretanto el señor Bono, muñidor de la memoria histórica, solicita la amnesia patriótica. No, si acabará resultando que aquí éramos todos liberales de Cádiz, campeones insobornables de la ley y el orden.
Pero cuando los socialistas presumían de que eran lo más parecido a España no estaban postulando virtudes, sino bendiciendo vicios. Multiplicando el evangelio de que, con ellos, no corrían peligro las salvaguardas que transmiten confianza a quienes no deberían verse indecorosamente despeinados por el rigorismo extranjero: empresarios de pacotilla que viven de los favores oficiales, funcionarios que engordan obedeciendo al poder mientras prevarican, jueces y policías ávidos de enfangarse, subalternos que se nutren, caninamente dichosos, de las limosnas que les arrojan desde arriba. Los automatismos de una tribu acomodada en el asco a la emancipación, la veracidad y la responsabilidad con rendición de cuentas.
Nuestras desgracias, nada inocentes, brotan de un dislate cognitivo, de una truculencia plebiscitada, del empeño pertinaz en sustituir la meritocracia por la picaresca, el orgullo por la adulación, la dignidad individual por el familismo amoral. Europa va de cráneo, sí. Las deudas francesa e italiana superan a la carpetovetónica y a lo peor nos hundiremos juntos, despotricando de una Alemania con alternativas que, si no le queda otra, nos dejará caer aunque pague con ello duramente. Entonces (el destino nos libre), cuando el cántaro esté roto y quedemos en lo que valemos, penaremos por debajo de dichos vecinos. No habrá consuelo en haber estafado a esos ecuatorianos o marroquíes que vinieron para sufrir en primera línea los estragos de una burbuja hecha de altanería incompetente. Cuando ningún españolito quería desempeñar sus tareas, porque ser meramente mileurista se nos antojaba un insulto y los niñatos patrios se indignaban de que a los treinta años y con el bachillerato inconcluso continuasen sin haber recibido su piso, su bmw y su apartamento en la playa. Si llega la hora de la verdad, ¿qué haremos? Porque lo que va a misa es que el igualitarismo progresista (léase, la demagogia rampante) no consentirá repartir las migajas restantes con el proletariado planetario, al grito gratuito de papeles y derechos para todos, pues la tierra sería puritita flatulencia. ¿Acaso albergará Sonsoles a los perroflautas del 15-M en su reluciente mansión?
Demasiadas contradicciones como para que las reconcilie nuestro apego a la fantasía. Lo prometedor que traen estos tiempos nuevos es una invitación a que la derecha, si es verdad que dejó atrás su santurronería y sus lacras, limpie de una vez nuestros establos. Los de cualquier prejuicio ideológico. Toda la mugre acumulada, y rara vez admitida, desde Fernando VII al felón Rubalcaba. Haciendo pagar sus canalladas a los vivos. Sin bulas. La crisis es casi un privilegio, un reto para corregirnos. Una oportunidad para averiguar si subsisten, aunque sea bajo presión de acreedores foráneos, reservas de temple, grandeza, sabiduría y rectitud.
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