Todo montaje tiene su cabeza de turco
Todo apunta a que la participación de Zougham en la masacre bien pudo ser la misma que la de los terroristas suicidas con tres pares de calzoncillos que la Ser aseguró haberse encontrado en los trenes explosionados.
Como si no estuviese ya suficientemente desacreditada la versión oficial del 11-M, este lunes el diario El Mundo publica una información que cuestiona las ya de por sí endebles “pruebas” que sirvieron para imponer 40.000 años de cárcel a Jamal Zougham, único condenado por poner una bomba el 11-M.
Como los lectores deben recordar, las únicas “pruebas” que apuntaban a Zougham -gerente de la tienda de telefonía de la que procedía la tarjeta localizada en el móvil de la extraña mochila de Vallecas- como uno de los terroristas que colocaron las bombas del 11-M fueron los múltiples y contradictorios testimonios de quienes afirmaron haberle visto en los trenes, una vez que todos los medios de comunicación de este país ya habían publicado su cara tras ser detenido 48 horas después de los atentados. No existía ninguna llamada cruzada, ni ninguna huella digital, ni ningún rastro de ADN, ni ninguna otra prueba pericial que incriminara a Zougham en la colocación de los artefactos. Para colmo, el comportamiento de Zougham durante la jornada de la masacre y hasta su detención el 13-M nada tenía que ver con la de quien -se supone- acababa de participar en la mayor masacre terrorista que haya conocido Europa: lejos de fugarse o esconderse, Zougham acudió el 11-M al establecimiento que regentaba y trabajó como un día normal, así hasta que el 13-M la policía se presentó a detenerlo.
Sólo existía, pues, el testimonio de ocho testigos que, más que incriminar al detenido, le concedían el don de la ubicuidad pues aseguraban haberlo visto en sitios distintos a la misma hora. En lugar de rechazar estas testificales por la probable “contaminación” que hubiera podido provocar la publicación previa de la foto de Zougham, el juez instructor y, posteriormente, Gómez Bermúdez, fueron quedándose con aquellos testimonios que fueran compatibles entre sí hasta quedarse en el de sólo tres testigos, todos ellos rumanos: dos amigas que viajaban juntas y el testigo protegido R-10.
Aun así, de dar por ciertos estos tres testimonios, el relato de cómo habría deambulado Zougham por el tren de Santa Eugenia es tan ridículo como queda descrito por Luis del Pino en su blog. A eso hay que añadir el hecho de que una de las testigos declaró haber visto a Zougham el 11-M tres semanas después de los atentados, mientras que la otra tardó más de un año en hacerlo. Además, El Mundo asegura este lunes que esta última había sido desestimada como víctima por los técnicos de Interior, cuestionando incluso que viajara en los trenes el día del atentado. Todo cambió, sin embargo, el 7 de febrero de 2005, cuando esta mujer rumana aseguró poder identificar a Zougham, momento en el cual dejo de ser considerada una impostora para pasar a convertirse en víctima del 11-M, cobrar una indemnización de 48.000 euros y convertirse en testigo protegido y pieza básica del juicio.
En cuanto al testigo protegido R-10, El Mundo lo ha localizado y reconoce en una entrevista que no está seguro al 100% que fuese Zougham la persona que vio; que él recuerda a esa persona con el pelo liso, cuando Zougham lo tiene muy rizado, o que es falso el informe de la Policía que asegura que este testigo lo reconociese por una fotografía el 16 de marzo.
Todo apunta, pues, a que Zougham bien pueda ser una “cabeza de turco” y que su participación en la masacre bien pudo ser la misma que la de los terroristas suicidas con tres pares de calzoncillos que la Ser aseguró haberse encontrado en los trenes explosionados. Lo que es seguro es que, tanto la imagen de Zougham como la de aquellos falsos terroristas suicidas, fue determinante para que los autores del 11-M lograran dar su perseguido vuelco electoral el 14-M.
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