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Islamistas moderados: riesgos para España

De la noche a la mañana, y bajo la mirada ausente del gobierno socialista, el mapa estratégico español ha dado un vuelco y para mal. Que no vaya a peor es la tarea que hereda Mariano Rajoy.

El mundo árabe y el islam no son lugares para el ingenuo ni el débil. Ni tampoco para el optimista desbocado. Hace ahora un año, el mundo acogió con tanta sorpresa como entusiasmo los movimientos de protesta que acabaron en un plis plas con décadas de dictadura y corrupción en Túnez y Egipto. La llamada "primavera árabe", en un intento de trasladar los cambios de Europa Central al Norte de África y a Oriente Medio, se empezó a complicar, a pesar de sus promesas, cuando el líder de Yemen, se aferró a su puesto, cuando Arabia Saudí invadió su vecina Bahrein a fin de evitar que la mayoría shií se hiciera con el poder mediante una revuelta popular, por no hablar de la guerra de Libia donde los rebeldes de todo pelaje y condición tardaron más de medio año en deponer a Gaddafi en un espectáculo lamentable, indigno de la OTAN.

Es verdad, frente a las dictaduras se han abierto procesos electorales. Primero en Túnez, luego en Marruecos y hoy mismo en Egipto. Pero que las votaciones no nos llamen a engaño: allí donde se vota libremente, los musulmanes dan el poder a los islamistas. Islamistas, también es verdad, de rostro deliberadamente humano, los llamados islamistas moderados.

Ahora bien, es un triste y peligroso consuelo creer que por su autoproclamada naturaleza de moderación, partidos, más bien fuerzas, como el triunfante PJD (partido Justicia y Desarrollo) no representan un riesgo mayor para el futuro de España. Es equivocado pensar que los islamistas moderados son la máxima expresión del islamismo o que van a frenar sus brotes más radicales. No ha sido así nunca antes en ningún otro lugar donde se hayan instalado en el poder. Pasó con la revolución jomeinista entre febrero y diciembre de 1979 y está pasando en la Turquía de Erdogan. Por una sencilla ley de vida: así como los gobiernos conservadores ponen en práctica políticas conservadoras y los de izquierda, socialistas, los gobiernos islamistas tienden a desarrollar políticas islamizantes. La velocidad e intensidad es lo único que están dispuestos a moderar en función de sus propios intereses.

En segundo lugar, para España no se trata de cambios aislados. Al contrario. Con un aporte de África que hace apenas trece meses era nada democrático pero estable y predecible, hemos pasado a una región que sigue sin democracia real pero que se está orientando claramente a islamismo. No va a haber más moderación en sus fuerzas políticas y sociales, sí más radicalismo. En nuestro vecino más próximo, Marruecos, también en Túnez, Libia y Egipto. Y está por ver el destino de nuestro mayor proveedor de energía, Argelia, una auténtica obra de relojería política.

De la noche a la mañana, y bajo la mirada ausente del gobierno socialista, el mapa estratégico español ha dado un vuelco y para mal. Que no vaya a peor es la tarea que hereda Mariano Rajoy. España debe apostar por la buena vecindad, pero como eso no solo depende de nosotros y como nosotros tenemos pocos instrumentos para dar forma positiva a los cambios que están teniendo lugar en la ribera sur del Mediterráneo, sería más que prudente prepararse para ofrecer una inequívoca imagen de firmeza ante lo que no nos guste y, sobre todo, de fortaleza ante lo que de malo pudiera surgir. Nada hay mejor para la prevención que una buena disuasión.

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