El Comité Federal de este sábado nos ha mostrado un PSOE inédito. Llevan muchos meses cometiendo errores estratégicos y tácticos, pero es la primera vez que conscientemente se les ve decididos a persistir en el error con tal de asegurarse que seguirán siendo los mismos los que pierdan. No es nada nuevo en la política española. En el PP de Asturias, hemos visto un ejemplo de esta especie de “no me importa que perdamos con tal de que sea yo el que lo haga”. Álvarez Cascos estuvo dispuesto a encabezar el PP asturiano en las autonómicas a cambio de que se le entregara todo el poder en el partido para colocar en los puestos claves a su gente. Sin embargo, Gabino de Lorenzo y Ovidio Sánchez se las apañaron para impedirlo con tal de seguir siendo ellos quienes administraran la derrota. Y así fue. Asturias fue uno de los pocos sitios en los que el PP perdió las autonómicas, pero Gabino y Ovidio se mantuvieron a su cabeza.
En el PP, este tipo de patochadas siempre han sido relativamente frecuentes, pero en el PSOE eran raras, por no decir inexistentes. Porque el PSOE es un partido que vive (o vivía) por y para el poder y en su ADN está marcado a hierro y fuego el elevar a quienes ganan elecciones y prescindir de quienes las pierden. Es lo que explica que se dejaran dirigir por tipos de tan poco fuste como Felipe González y Zapatero. Por eso, ahora no se entiende que el partido parezca resuelto a ponerse en manos del perdedor de perdedores, un Rubalcaba que se figura perfectamente capaz de dirigir al PSOE extramuros de las Cortes.
La única explicación a este voluntario renegar de la propia naturaleza se encuentra en la existencia de una conjura de los perdedores que hoy controlan el PSOE. Perder no importa. Importa seguir en el machito de la política, manque se pierda. Preferirían que quien les mantenga fuera un ganador, pero no importa que sea un perdedor, como es Rubalcaba, si promete dejarles en sus puestos. Se trata de gente que ya no sabe hacer otra cosa que hacer política, que en su caso no es más que un eufemismo de no hacer nada y cobrar por ello. Así se entiende que todos se hayan puesto de acuerdo en que, en este tiempo de tribulación, lo urgente es que ellos sigan estando al frente del partido. Les gustaría ser dirigidos por alguien que ganara elecciones, pero nunca a cambio de ser ellos los sacrificados. De modo que, de Freddy a abajo, nadie va a marcharse. Al menos, voluntariamente.
Si el PP no se equivoca estrepitosamente, que es circunstancia que nunca debe descartarse, el PSOE puede tirarse en la oposición un par de lustros y, para entonces, haber dejado de ser alternativa en beneficio de cualquier otro partido de izquierdas. Hay que ver lo venenosa que ha resultado ser la toxina Zapatero, incluso para su partido.