El número dos del PSOE y ministro de Fomento en funciones, José Blanco, ha anunciado que deja "la primera línea de la política nacional". En una "entrevista" pactada en el canal 24 horas de TVE, Blanco intentó desvincular la decisión del caso Campeón y también de la derrota electoral. Sin embargo, el hombre de confianza de Zapatero es la primera víctima del duelo a garrotazos en su partido, entre otras razones porque su peripecia en la gasolinera fue uno de los lastres de la campaña de Rubalcaba y porque las implicaciones de los contactos y las gestiones paralelas de Blanco son incompatibles con cualquier intento, por leve y forzado que sea, de regeneración en el PSOE.
Quien fuera azote de corruptos es ahora mismo la encarnación del presunto. No es que sus compañeros en la dirección del PSOE estén para dar lecciones sobre honestidad pública. El caso Faisán planea sobre Rubalcaba; el historial de Chaves da para una enciclopedia del chanchullo; lo de Bono es de dominio público, etcétera, etcétera. Por no hablar de la general incompetencia, a medio camino entre la insensatez y el Código Penal. Sin embargo, a nadie le asoma la amenaza judicial como a Blanco, argumento insoslayable en la batalla campal desatada en el PSOE incluso antes de que las urnas certificaran la catástrofe socialista. El expediente judicial del ya exdirigente socialista es tan abultado y sombrío que el mero relato de los aspectos circunstanciales le deja a los pies de los caballos. Sin embargo, no ha habido el más leve asomo de autocrítica en la renuncia. Blanco ha sido descabalgado de su poltrona orgánica, en la que había acumulado un poder casi absoluto, pero mantiene intacta su soberbia. Así, y a su juicio, la derrota nada tiene que ver con su gestión en el partido ("¿pero alguien se creía que íbamos a ganar?", llegó a decir), del mismo modo que tampoco tiene nada que ver con su harakiri el caso Campeón.
Primera víctima oficial de las elecciones y víctima también del ajuste de cuentas interno, la desaparición política de Blanco es un gesto dramático, pero con matices. De entrada, no piensa renunciar a su acta de diputado, pese a que los resultados del PSOE en su propia circunscripción han sido particularmente desastrosos. El escaño es su principal argumento defensivo ante la acusación derivada de los turbios manejos económicos con los que judicialmente se le relaciona. Blanco, del que no consta más actividad laboral que la que pueda haber llevado a cabo en la política, no tiene muchas más opciones que las de aferrare a los privilegios del Congreso y esperar a que escampe. A fin de cuentas, podría pensar, Rubalcaba también fue el portavoz de un desastre, el de Felipe González, y tuvo una segunda oportunidad, y quién sabe si tendrá aún una tercera. No obstante, todos esos cálculos contrastan con el interés de su partido, cuyo futuro debería pasar por deshacerse de quienes ni han estado a la altura de las circunstancias ni eran dignos de confianza.