El fin de la tiranía de las audiencias
Hace unas semanas, un programa de Tele 5 cruzó una delgada línea roja en su proceso de emprendimiento. Probó con una entrevista a la madre del supuesto encubridor de un crimen.
Ben Elton es un autor inglés de bastante éxito en su país, pero relativamente poco conocido por estos lares. En una novela de 1996, Popcorn (curiosamente, la única traducida al español y que incluso llegó a representarse en un teatro de Madrid), dibuja un panorama tétrico para el futuro de la televisión. Y es que, por resumir muy rápido, los protagonistas se dedican a matar compañeros para mantener la audiencia en directo de su programa. El tema se ha tratado también en alguna película posterior.
En todo caso, el mensaje es claro: la audiencia es dinero para las televisiones (ahora se podría extender a sitios de Internet); consecuentemente, éstas estarán dispuestas a lo que sea por conseguir más y más audiencia, y llegarán a extremos tanto más radicales cuanto mayor sea la competencia que confrontan.
Desde un punto de vista liberal, la perspectiva era ciertamente descorazonadora. ¿Sería posible que el coste de cometer un delito fuera inferior a los posibles beneficios obtenidos a consecuencia de su retransmisión? ¿Se debería entonces prohibir, junto a la comisión de delitos, su difusión? Una vez se entra en esa "pendiente resbaladiza" podríamos acabar prohibiendo incluso las noticias sobre los delitos. No sería por tanto una situación deseable.
Por suerte, el mercado nos ha sacado las castañas del fuego, una vez más. Hace unas semanas, un programa de Tele 5 cruzó una delgada línea roja en su proceso de emprendimiento. Probó con una entrevista a la madre del supuesto encubridor de un crimen. Y la audiencia, como se temía Ben Elton o yo mismo, respondió: el programa fue un éxito. El camino quedaba expedito para dar otra vuelta de tuerca al asunto: la próxima entrevista podría ser al propio encubridor, o, por qué no, al presunto asesino.
Sin embargo, el mercado dijo no. Los anunciantes retiraron de forma casi instantánea su soporte al programa, y el problema se extiende cual mancha de aceite por toda la parrilla de la cadena afectada. Así es el mercado y el juego a que se enfrentan los emprendedores: un solo desliz ante el inclemente cliente puede suponer la desaparición de una empresa.
Los anunciantes se lo dijeron a Tele 5 no votando, sino dejando de comprar; dejaron claro que sí quieren audiencia, pero no cualquier tipo de audiencia. Es de suponer que no querían que su marca fuera asociada por millones de televidentes a la madre del supuesto encubridor de un asesino.
Y de esta forma pusieron fin a la tiranía de las audiencias. Esperemos que esta experiencia ponga sobre aviso a todos los empresarios de la industria sobre qué clase de cosas no se pueden usar para conseguir audiencia. No porque ésta no esté dispuesta a consumirla, sino porque los anunciantes no están dispuestos a pagar por ella.
Todo gracias al mercado, por cierto.
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