Amaiur y el taparrabos
Sus siete diputados llegan como beneficiarios del terror y, lo que más viene al caso, del terror contra el adversario político. Hasta la geografía del voto lo revela. Guipúzcoa no es por azar la plaza fuerte de Amaiur y Bildu.
Cuántas veces habrá salido como argumento de autoridad que no se les podía dejar sin derecho al voto. Eran los simpatizantes de una organización terrorista, pero, uy, el derecho al voto. En realidad, lo que inquietaba a esos santurrones del sufragio universal eran otras cosas. Siempre pensaron que era una provocación cerrar a cal y canto las puertas al apéndice político de ETA. Que mataría más. Y si algo corroboraba ese trasfondo indecoroso era su insistencia en la razón de peso, lo del apoyo social: que eran muchos. Les importaba –les imponía– la cantidad de proetarras y no el derecho, que el mismo derecho tiene un individuo que ochenta. Pero doscientos mil, que era hasta hace poco el número de ciudadanos que se sentían representados por el crimen, coaccionan más que cuatro. Y aliados con un grupo de pistoleros, amedrentan. De ahí, la amable, cordialísima disposición, a concederles derechos y lo que hiciera falta. Era el apaciguamiento de toda la vida con la hoja de parra democrática del derecho.
Bien, ya han votado. Otra vez. Son más de los que esperaban los aprendices de brujo que los pusieron en las urnas. El final de ETA es nuestro, clamaban Patxi López y Cía. Pero ha sido de ellos. Y ahora, los santurrones, tan prestos a dar lecciones de democracia al prójimo, predican que esos votos son igual de esplendorosos que los de cualquier otro. Idénticos en su calidad democrática. Tal y como si nada tuvieran que ver con el ejercicio del terror sistemático. Porque, en contra de lo que aseguraba el lendakari en la jornada electoral, que ya daba por conquistada la libertad, que una banda terrorista anuncie que deja de matar no disipa los efectos perturbadores de cincuenta años de asesinatos. En absoluto. A los fieles adláteres del crimen se suman los dispuestos a premiarlos para que esta vez, al fin, lo dejen. Por eso son más.
Los 332.268 votos de Amaiur recalan, sí, legalmente en el Congreso, pero con una historia –tan presente– de la que no han querido disociarse y de la que, así, no se les puede disociar. Sus siete diputados llegan como beneficiarios del terror y, lo que más viene al caso, del terror contra el adversario político. Hasta la geografía del voto lo revela. Guipúzcoa no es por azar la plaza fuerte de Amaiur y Bildu. Es la provincia en la que más ha asesinado ETA (37,22%). Pero los tartufos ya les ponen otro taparrabos para cubrir las vergüenzas.
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