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Amando de Miguel

Errores, dudas y polémicas

Un amigo me cuenta que le pusieron una multa de tráfico porque “aunque la maniobra de adelantamiento estaba bien hecha, no debería haberla hecho”. Otro me narra una multa aún más surrealista: “multa por conducción distraída, aunque sin peligro”.

Me encanta que se arguya y se redarguya sobre estas cuestiones insolubles de la lengua, o mejor, del habla. Se puede aducir el origen, la razón, el sentido común, la costumbre. Jorge Gómez y Argüelles redarguye que puede ser correcto decir "lo repito otra vez". Según su idea no tiene por qué ser una redundancia. Razona así: "Si digo una cosa por segunda vez, la repito. Pero si la digo por tercera vez, vuelvo a repetirla, es decir que la repito otra vez". Me suena bien. En este rinconcillo llevo repitiendo muchas veces las mismas cosas. Volveré a repetirlas cuando me plegue. Aprovecha el correo don Jorge para decirme que el cinturón de castidad existió porque lo ha visto en varios museos. No me convence. Pueden ser reproducciones fantasiosas, como a veces hacen de los instrumentos de tortura de la Inquisición. Sobre el derecho de pernada, don Jorge sostiene que está descrito en el Gilgamesh. Confío en que la cita sea verdadera, pero sigo creyendo que es una fantasía. Una cosa es que los sátrapas se acostaran con las siervas y otra que eso fuera un derecho en los códigos.

           

Félix Muradás propone cerrar todos los museos de arte moderno o contemporáneo, donde se exponen mamarrachadas, incluyendo el Reina Sofía. Hombre, un poco iconoclasta me parece la propuesta. Cierto es que habría que limpiar los museos de mucha basura, pero los contemporáneos de El Greco, de Goya o de Van Gogh también despreciaron algunas de esas obras. En esto hay que ser conservadores. Por eso se llaman así los directores de los museos. Los buenos museos enseñan solo una parte de lo que tienen almacenado. Pero, en fin, la polémica sigue abierta. Por mi parte, sé decir que el museo Gugenheim de Bilbao solo me interesa por fuera, como arquitectura o escultura. En cambio, el museo de Bellas Artes de toda la vida, que está al lado, es una maravilla por su contenido, sobre todo de pintura vasca.

           

En el capítulo polémico entran también las prohibiciones. Una muy clásica es la de "se prohíbe terminantemente bajar en el ascensor". Es una pena; ya se ve pocas veces. José María Navia-Osorio, entre mitin y mitin (¿no sonaría más asturiano "mitín"?), comenta la reciente prohibición del cartel de una película en la que los protagonistas aparecen en moto y sin casco. Por lo mismo se ha protestado contra una obra de teatro en la que los actores fumaban. Estoy de acuerdo con el juicio que condena ese falso arbitrismo. Un amigo me cuenta que le pusieron una multa de tráfico porque "aunque la maniobra de adelantamiento estaba bien hecha, no debería haberla hecho". Otro me narra una multa aún más surrealista: "multa por conducción distraída, aunque sin peligro".

Son varios los libertarios que insisten sobre la verosimilitud del derecho de pernada con citas de leyes y fueros. Agradezco la erudición, pero sigo sin creerme que tal derecho haya sido reconocido por las leyes. Me convence más el argumento de Juan José Garaeta de que ese supuesto derecho fue una invención de los enciclopedistas para arremeter contra la "oscura" Edad Media, que, por cierto, nada de oscura tuvo.

Íñigo Benjumea protesta de que la <I> mayúscula tenga que llevar tilde cuando le corresponde, por ejemplo, en su nombre de pila. Yo acabo de colocar la tilde sobre "Íñigo" y creo que se percibe muy bien. Otra cosa era en las antiguas máquinas de escribir.

Pío Badillo me escribe para señalarme, con toda humildad, un error. Es el de decir que Santiago Ramón y Cajal es nuestro único premio Nobel. Me refería a los premios científicos, no a los de la Paz o la Literatura, que son premios políticos. Efectivamente, don Santiago es nuestro único premio Nobel. El de Severo Ochoa correspondió a un español nacionalizado norteamericano y, sobre todo, que desarrolló su carrera de investigador en los USA. Hay muchos ejemplos de premios Nobel norteamericanos que han nacido en Europa, singularmente en el Reino Unido o Alemania. Las cosas como son.

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