Los asesores de por aquí parece que asesoran en técnicas de sacar de la vista y esconder en paraísos el dinero de la gente; es la llamada alianza de civilizaciones: lo saco de España y lo pongo en la banca saudí, o en el bunker de haití, o en la costa marroquí, en la Côte d'Azur, como Salgadita, o en naranjas de la china
Pues a mí me gustan los tecnócratas; al menos entienden de lo suyo. Los otros, no entienden de nada; al menos los nuestros.
Con los ministros tecnócratas del denostado Franco, llegamos a ser la novena potencia habiendo salido de la nada.
Abajo Partitocracia!
Comparto su análisis, don Agapito. Los burócratas tienen, como principal ocupación, producir un discurso que justifique su existencia. Una de las estrategias predilectas de los tecnócratas ha sido siempre oscurecer el discurso en su forma, para dotarlo de un aire esotérico que si, por una parte, les permite adoptar de modo preventivo una actitud de superioridad frente al vulgo no iniciado, por otra les exime de la obligación de darle contenido coherente a su mensaje. No podemos esperar razonablemente que las soluciones vengan de quienes viven de no darlas.
Nos escandaliza que los mercados prevalezcan sobre la política, “¡qué horror, es la muerte de la legitimidad democrática!”, exclamamos indignados; habíamos decidido por mayoría que mañana luciría el Sol, pero los elementos han vuelto a imponer su intolerable dictadura.
Antes, las crisis de los mercados se resolvían sin ningún problema con la política, o sea, robando a la plebe, que para eso está, pero ahora, con la pertinaz e insidiosa globalización, habría que robar a estados soberanos, y eso, sencillamente, no es posible: no es lo mismo abusar de la indefensa masa aborregada nacional bajo la bota del poder que pretender expoliar a otros países que lo mismo se levantan en armas. Ahora, se pagan las deudas o se acabó la tontería política, porque los acreedores están armados y como poco dejarán de prestarnos.
Nos escandaliza que los alemanes nos dicten la política. El que paga manda y el que rompe paga. La política, basada en la negación de la ley, en la utópica maximización social en detrimento de la responsabilidad estricta por los daños causados, acaba por toparse de bruces con la realidad: o la tiranía se extiende urbi et orbi o se rompe la baraja. Como lo primero es afortunadamente imposible, habrá que escoger entre soberanía individual o gobiernos títere impuestos desde fuera, que a ver cómo se le explica eso a la plebe tan convencidita como teníamos a la muy idiota de que era ella la que decidía.
La política (gestión coercitiva de lo público más allá de la mera supremacía de la ley natural) ha muerto, don Agapito, y usted no se entera. Dada su acreditada inteligencia no le costaría mucho abrir los ojos, pero se empecina en el error. Para usted hace.