La Grecia que inventó la democracia, 24 siglos después nos ha dado una lección de demagogia. Su primer ministro Papandreu ha demostrado con su decisión de convocar un referéndum para ratificar el plan de rescate acordado con la UE cobardía, irresponsabilidad y falta absoluta de sacrificio en aras del bien común. Prefiere halagar los sentimientos del pueblo para simular respetarlo, que asumir las consecuencias amargas de su política irresponsable.
En estos tiempos que corren de mediocridad democrática y odio a los políticos, la impostura del socialista nos deja una advertencia que no deberíamos subestimar: las consultas populares no siempre son la panacea para resolver con mayor calidad democrática los laberintos políticos de una sociedad; muy al contrario, pueden ser el recurso más demagógico para manipular los instintos más bajos de las masas.
Sin ir más lejos, en Cataluña el nacionalismo pretende llevar a referéndum el concierto económico; o sea, preguntarle a los ciudadanos si prefieren que sus impuestos reviertan sólo en ellos o en el bien común. Todo ello, además, después de hacer coincidir los recortes que sufren en sanidad con el dinero que "les roba España". Puestos ya, podrían exigir un referéndum para preguntarles si quieren o no pagar impuestos, tener trasportes gratuitos o preguntarles a los alumnos eliminar o no los exámenes.
Desconfío muchísimo de la Democracia real. No conozco otra democracia que la que tiene normas por encima de las tempestades ocurrentes de ciudadanos cabreados reunidos en asamblea con altavoz y mano alzada. Son el extremo de Papandreu. Éste actúa de mala fe para seguir medrando, la asamblea espontánea lo hace por buena fe ante tanta impostura política. Pero las dos acaban siendo demagogia. Con buena o mala fe, pero demagogia.
No estoy defendiendo ni el despotismo ilustrado, ni la democracia jerárquica de Platón, sino la democracia neutral de las normas y las reglas de juego. Las prefiero a ellas que a los líderes carismáticos o las masas indignadas. Al menos sabemos a qué atenernos. Y si la práctica del poder las convierte en artimañas de quienes mandan para evitar que sirvan a los ciudadanos, siempre acabará apareciendo un número suficiente de indignados para convertirlas de nuevo a través del vuelco electoral en el instrumento del bien común.
Me temo que el mal no es solo responsabilidad de los políticos profesionales, sino del conjunto de los ciudadanos. Una sociedad informada, consciente y responsable es imprescindible. Mientras no logremos que la ilustración alcance esa meta, la demagogia seguirá permitiendo que políticos como Papandreu, Rubalcaba o Hugo Chávez sigan tomándonos por idiotas.
No somos mejores que ellos. Nos ciscamos con sus chanchullos, pero cobramos el paro para tomarnos un año sabático, nos indignamos con los paraísos fiscales, pero pagamos con dinero negro para esquivar hacienda, pontificamos sobre los derechos laborales, pero si llega el caso contratamos al inmigrante sin papeles por un sueldo de saldo, o nos lamentamos ahora de una hipoteca imposible que pedimos ayer excitados por la misma avaricia que han demostrado los bancos que nos la concedieron. ¡Es tan fácil indignarse como difícil asumir nuestra propia responsabilidad!