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Cristina Losada

Sombras de un final comunicado

Ya era posible un final sin coberturas, liturgias y videoclips. Solo había que dejarlo en manos de dos inexorables: el paso del tiempo y el peso de la ley.

En estos días post-comunicado, diversos foros han formulado las condiciones que permitirían constatar el final de ETA. El anuncio de la disolución aparece como la esencial, unida a la entrega de armas. Además se requiere que reconozca el daño causado y manifieste arrepentimiento. Con el debido respeto, no acabo de ver esto último. Ante esas reclamaciones, me pregunto si no se está tomando a una banda terrorista por una panda de descarriados. Como si pudiera aparecer en ella un destello de moralidad. Otra cosa es que arrepentirse y pedir perdón tengan cabida, y la tienen, en el reglamento penitenciario. Fuera de eso, rige lo mismo que para cualquier otro grupo de delincuentes. Del crimen organizado no se esperan autocríticas. Es un imposible y aunque no lo fuera. Aplicar la ley y hacer justicia es el resarcimiento moral.

Esas son también las primordiales condiciones, las que competen al Gobierno. La ley debe cumplirse. No habría ni que decirlo. Pero los voceros gubernamentales no cesan de repetirlo justo cuando salen a la pista dos célebres mosquitas muertas, la generosidad y la reconciliación, con su pretensión de reeditar el borrón y cuenta nueva. La impunidad y la desmemoria no son figuraciones, son riesgos reales. Riesgos derivados de acceder a que una banda terrorista sea la protagonista de su final. Es lo último que le queda, advertían no hace mucho algunas voces. Y se le ha concedido. La política española ha girado, una vez más, en torno a lo que dice la banda. Aunque no sólo ha dado vueltas de derviche alrededor de lo que dice, sino dado lo que dice, sobre las interpretaciones.

Cuando no había que estar expectantes ni esperar nada. Hasta el punto de no esperar tampoco lo que no ha hecho. Con una salvedad. La disolución tenía que haber sido la condición sine qua non para legalizar a sus peones políticos. No en vano el instrumento decisivo en la asfixia de la banda fue la ilegalización impulsada por Aznar. Y aún entonces, cuarentena. Pero algunos gobiernos y, de forma penosamente notoria, éste que va de salida, quieren comunicados. Mucha gente quiere que le digan que la amenaza se atenúa, se alivia o se esfuma: es comprensible. Y sin embargo... la policía ya había cercenado la capacidad de acción terrorista. Ya era posible un final sin coberturas, liturgias y videoclips. Solo había que dejarlo en manos de dos inexorables: el paso del tiempo y el peso de la ley. Hubiera sido un final sin rótulo, sin vamos a publicidad y, sobre todo, sin sombras.

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